Carta desde el ciberespacio número 225, del 3 de septiembre de 200

Martín Niemöller, el hombre en la estampilla
Proyecto de ley de medios de incomunicación
Gente, amigos y no tan amigos. Esta será una carta desde el ciberespacio muy breve. El proyecto de ley de medios audiovisuales presentado por el Poder Ejecutivo, que ahora intenta que debata y apruebe con inusual rapidez el actual Congreso (aprovechando la vieja mayoría del oficialismo que vence sólo en tres meses), ha mezclado temas económicos con temas relacionados con las mismas reglas del juego a futuro para los medios de comunicación gráficos, audiovisuales y electrónicos (en sentido amplio), toda un área demasiado sensible para cualquier sociedad que aspire al pluralismo y a la libertad de pensamiento y de expresión, como forma de vida para desarrollarse y enriquecer su vida intelectual, cultural y científica. Una sociedad es como un laboratorio, y la chispa que nutre su creatividad se genera y multiplica por la simple confrontación pacífica de ideas diferentes. Aunque parezca una obviedad, esa creatividad definitivamente no puede florecer en un ambiente de pensamiento único, en donde prevalezcan más las ideologías que el debate libre de ideas. Por eso una democracia que funcione correctamente es el ámbito ideal para que “florezcan” personas creativas, libres, con independencia de criterio y capaces de pensar por sí mismas, y no por lo que les dicten desde arriba los líderes mesiánicos de turno. Para quienes tengan alguna duda, les sugiero que lean el clásico “Psicología de las Masas”, de Sigmund Freud, un trabajo clásico que se encuentra gratuitamente en Internet y en donde podrán ver los riesgos de aquellas sociedades en donde florecen los totalitarismos de diferente signo (aunque todos se parezcan en lo esencial, aunque traten de diferenciarse con ideologías diferentes y contrarias). Por una parte, se ha incluido en este debate en ciernes, de manera desprolija, provocadora y culposa, la posición dominante del grupo Clarín y de sus canales de cable en el escenario regional y global, así como de sus empresas vinculadas, lo que no deja de ser un tema que debiera resolverse en el ámbito de los organismos reguladores de la defensa de la competencia. En los Estados Unidos, la ley Sherman Antitrust tiene alrededor de un siglo de vida, y se ha utilizado activamente cada vez que se demostró que había empresas con posiciones dominantes, oligopólicas o monopólicas. Por la otra, se está utilizando este tema de índole técnica-económica, que no es nuevo y que este mismo gobierno no sólo toleró sino que aprobó explícitamente en todos estos años, como una excusa para justificar un tratamiento acelerado de una nueva ley de medios audiovisuales, justamente cuando el gobierno nacional se ha convencido a sí mismo que la fuerte derrota electoral que sufriera el 28 de junio pasado se debió a meros “problemas de comunicación”, o de incomunicación. El objetivo que muchos expertos, comunicadores, analistas, periodistas y pensadores de la Argentina descubren detrás de estos dos hechos es que el gobierno intenta ahora una conducción más centralizada de los medios en manos del Estado (en un país en que los gobiernos suelen confundir ambos términos), lo que en los hechos apunta a coartar severamente la libertad de prensa, a amordazarla, con la excusa de la posición dominante del grupo Clarín, y con el débil e insostenible diagnóstico de que perdieron las elecciones por una falla en su comunicación. Sería algo así como cambiar un monopolio privado (que al menos se rige por los deseos de sus consumidores, porque vive de ellos) por uno estatal, con la no declarada intención de imponer sus ideas propias al resto de la sociedad. El temor, muy fundado, muy consistente con los habituales ataques de los funcionarios a quienes piensan diferente en la Argentina, es que esta estrategia intervencionista y ultra-estatista que surge del gobierno actual es que la libertad de prensa, la libertad de opinión, la libertad de pensar diferente, está en serio peligro, lo que en el pasado se ha convertido repetidamente en un camino seguro al totalitarismo. Si se observan los sucesos ocurridos en estos tiempos en Venezuela, un país muy cercano a la Argentina, se encuentran indicios que parecen confirmar esta estrategia centralizadora que apunta a la imposición de un pensamiento único y al quiebre del pluralismo, que ha sido una de los pilares sobre los que se construyen las genuinas democracias modernas. Amigos y no tan amigos. En la Argentina hay democracia, pero es débil, dudosa, líquida, frívola, que se conforma con votar cada dos años pero que ignora que el funcionamiento de las instituciones se construye y se defiende todos los días. No se encuentra un compromiso sólido ni de los dirigentes ni de los dirigidos, de los ciudadanos en general (dejando de lado no pocas honrosas excepciones), y de hecho la clase política argentina parece mostrar sistemas de ascenso y selección de los peores candidatos a futuros legisladores y gobernantes en general, y no de los mejores, si se evalúa a nuestro país por sus resultados económicos, culturales y sociales. Por algo no hay internas hace años. Por algo la oposición se encuentra dividida, mostrando rasgos de mezquindad y una falta de grandeza preocupante, que el gobierno nacional ha sabido aprovechar muy bien, una y otra vez, con su estilo de dividir para reinar. Pero vivimos en democracia. Y por eso, porque hay esperanza, y porque las últimas elecciones mostraron una sociedad adulta que votó activamente y con un pluralismo notable, es que vale la pena volver a releer el viejo y conocido poema atribuido al actor, escritor de teatro y pensador alemán Bertolt Brecht. Es un poema duro, sencillo, inquietante, escrito para una situación infinitamente más grave que la que vivimos hoy en la Argentina. Pero vale la pena recordarlo, simplemente para comprender los riesgos que atravesará nuestro país en caso que esta loca idea de imponer el pensamiento único (disfrazado de pluralismo y usando palabras como diálogo y respeto) siga avanzando.
Martín Niemöller, el hombre en la estampilla. Su mejor y más conocido poema “Cuando los nazis vinieron por los comunistas” trata acerca de las consecuencias de no ofrecer resistencia a las tiranías en los primeros intentos de establecerse. El orden exacto de los grupos y las palabras están sujetos a disputa, ya que existen muchas versiones, la mayoría transmitidas oralmente. Martín Niemöller, su autor, menciona[2] que no se trataba originalmente de un poema, sino de un sermón en la Semana Santa de 1946 en Kaiserslautern, Alemania: “¿Qué hubiera dicho Jesucristo?”. Este poema se le atribuye erróneamente, en muchos idiomas, al dramaturgo y poeta alemán Bertolt Brecht. (fuente; Wikipedia, la enciclopedia libre)
Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas,
guardé silencio, porque yo no era comunista.
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio, porque yo no era socialdemócrata.
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté, porque yo no era sindicalista.
Cuando vinieron a llevarse a los judíos,
no protesté, porque yo no era judío.
Cuando vinieron a buscarme,
no había nadie más que pudiera protestar.
Martín Niemöller
Un abrazo, y hasta la Victoria Secret. El Hombre Electrónico (Políticamente incorrecto)

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