Un elefante siempre es muy grande, y ocupa demasiado lugar aunque esté en línea
como la modelo Eva Herzigova,
y aunque lo pinten de rosa para venderlo mejor
¿Intervenir, regular, subsidiar o asfixiar la vida y la actividad privada?
El Estado Elefante
Hola gente, amigos y no tan amigos. El fin de semana estuvimos con Patricia Paltrow en la pequeña home de su abuelita modestamente rica, en la playa, en los Hamptons, al este de Long Island, no muy lejos de Nueva York, unas horas de auto nomás manejando Pato, que corre bastante por la vida. Entonces me acordé: por allí era el lugar adonde se filmó aquella película con Diane Keaton y Jack Nicholson, (“Alquien tiene que ceder”, sin duda una película que no vieron los Kirchner). Claro que yo soy cero parecido a Jack Nicholson, para peor a veces me confunden con Woody Allen, y eso me enoja mucho, sobre todo desde que ingresó en su período negro haciendo películas en donde los malos siempre matan y ganan a los buenos, de una u otra forma, y los medios no importan, sólo los fines (debe ser porque él necesita justificarse ante el mundo y ante él mismo por haberla dejado a Mía Farrow para quedarse con su hija adoptiva, junous).
Pero Paltrow, también, es cero Diane Keaton, no hace falta decirlo, es un poco más bajita, aunque sus ojos son más lindos, y le quedan demasiado bien mis camisas blancas, que siempre me roba a la mañana, con sus bermudas de jean, sólo eso, mientras anda descalza y despeinada por la vida, mujer simple al fin. Hay que aclarar que es cero celulitis, ella dice que es porque coma lo que coma nunca engorda, que es de esa gente privilegiada que nació en el canal fashion y siguen viviendo allí, aunque a mi me parece que cuando sale a la tarde de su banquito en la Calle de la Pared, en vez de irse a la Hora Feliz se va al Gym como cualquier ser humano mujer que quiere seguir seduciendo por la vida. ¿Cuál será la verdad verdadera? Justamente, estábamos leyendo en el diario que Arnold Schwarzenegger, el Daniel Scioli de California, salvando las distancias, claro, acaba de prohibir las grasas trans, que son aquellas que vienen en las comidas de Fastfood que tanto le gustan a los norteamericanos, y a sus hijos, y a las mías, y últimamente a nosotros los grandes también, apurados y estresados como vivimos en este capitalismo asistido, o más bien estatizado progresivamente, un poquito cada día para que no se sienta. Lo concreto es que anoche estábamos en un pequeño restaurant playero de los famosos Hamptons, junto al mar, claro, comiendo dos miserables porciones de sushi (que no engorda), y ella, cuando yo no la miraba, me sacaba mis pedacitos de salmón poniendo su cara de yo no fui. Y para entretenerme me decía frases que se le iban ocurriendo. Por ejemplo, “Baby, luego de lo ocurrido con los K, en la Argentina ya ni Greenpeace sostiene que salvemos a los pingüinos, viste”, dijo, riéndose. Yo me di cuenta de la maniobra y le respondí estilo Cleto Cobos: “el que traiciona a un traidor tiene cien años de perdón”, dije, mientras me dedicaba a la redistribución del ingreso y le sacaba dos pedazos de su salmón que fueron a tomar color a salsa de soja en mi platito japonés. Si, somos unos chiquilines, porque al netear los dos comimos más o menos lo mismo, o sea muy poco, pero como estábamos en The Hamptons salió carísimo, casi tan caro como en Puerto Madero, ahora que la inflación argentina en dólares, en pesos y pronto hasta en euros (esa que no existe, como sostenía Alberto Fernández y ahora sostiene Florencio Randazzo) está haciendo de la Argentina, otra vez, un país caro, cada día más caro. Deme dos.
Capítulo I, la economía del malestar
Años atrás se puso de moda un libro de un tal Michel Albert llamado “Capitalismo contra Capitalismo”, en donde el hombre comparaba al modelo económico norteamericano (al que usualmente se lo llama despectivamente capitalismo salvaje) con el llamado modelo de capitalismo renano (por Renania, una región de Alemania), esto es, esa economía que dio en llamarse “la economía del bienestar”. Así, se asimilaba este modelo al desarrollo de las naciones europeas durante el último medio siglo, con una mayor injerencia del Estado como instrumento redistributivo, con una mayor participación del Estado en la economía para promover regiones y actividades estratégicamente elegidas y con un elevado tamaño del Estado en relación a la economía de estos países, con porcentajes cercanos al 30 y hasta 40% del PIB, o más en naciones como suecia y aledaños. No es fácil resumir las diferencias entre un modelo y el otro porque allí, como en todos lados, comenzaron a mezclarse ideologías y cierta falta de objetividad en la discusión, aunque finalmente se trató de un debate maduro y esclarecedor que continúa aún hoy, pese a los cambios sensibles ocurridos en el mundo. El europeo era, es, un modelo de fuerte intervención estatal, que partía de la base que el Estado podía ser útil para promover y desarrollar determinadas actividades y áreas, además de contribuir a mejorar y optimizar la situación social de las mayorías y hasta cuidar el medio ambiente. El llamado despectivamente “capitalismo salvaje”, en cambio era un modelo que apuntaba utilizar al Estado sólo como mediador, regulador y promotor de la competencia del sector privado. “La función del Estado es generar las condiciones de competencia para que el sector privado pueda desenvolverse”, se decía.
Demás está decir que en ambos modelos la democracia se convirtió en una condición necesaria para el crecimiento con desarrollo, no sólo por el avance de la civilización y la consecuente tolerancia entre sociedades y naciones, sino porque esta misma tolerancia, este mismo avance del libre pensamiento fue el que ayudó a elevar los estándares educativos y los avances de la ciencia y la investigación, que sólo pueden surgir de un ambiente de libertad, respeto y pensamiento crítico.
El capitalismo, en una crisis de crecimiento
Con los años, el Estado Europeo se fue convirtiendo en un elefante “gordo” (uno siempre se imagina a los elefantes muy pero muy grandes, pero no se le ocurre pensar que los hay más gordos y más “flaquitos”. Esto se profundizó especialmente cuando la pirámide poblacional envejeció y comenzaba a vislumbrarse una futura crisis de financiamiento de los sistemas previsionales, con una menor población activa para sostener a la creciente población activa y con demandas crecientes de bienestar. Hay que decir, por lo demás, que la gran competencia entre estos modelos de capitalismo fue una sana manera de contribuir a que ambos sistemas aprendieran uno del otro y se acercaran a mejorar y buscar una síntesis superadora que, pese a todo, aún hoy no se ha encontrado, luego del fracaso estruendoso del comunismo y la Unión Soviética, la consecuente caída del muro de Berlín y la integración progresiva de los países de Europa del Este (los hermanos “pobres” en la cada día más pujante Unión Europea). La polémica continúa porque hoy ambos modelos muestran problemas serios de sustentabilidad, aunque hoy los líderes de los Estados Unidos y de la Gran Europa han comprendido que, se trate de un elefante o de una modela top, la dieta del Estado es un objetivo ineludible en un mundo en que la magia no existe, por más que a los elefantes los pinten de rosado.
Capítulo II, un elefante gordo en un bazar
En la Argentina, en tanto, la polémica avanzó, retrocedió, volvió a avanzar y volvió a retroceder. El debate argentino parece cristalizado hoy en categorías del pasado, y conceptos antiguos como comunismo, nacionalismo, imperialismo, populismo, terceras posiciones y otros ismos han retornado no sólo en la dirigencia política, sino en la sociedad, que unos años puede abrazarse al capitalismo con total devoción como en otros años puede volver a simpatizar con socialismos nacionalistas que han vuelto a alejar al país del mundo del siglo XXI. Podría resumirse que tanto el capitalismo como la democracia se han aplicado de manera bastante parcialmente en la Argentina, llenos de políticas desprolijas, con el peor de los resultados: los argentinos a veces parecen no creer demasiado ni en el capitalismo ni en la democracia, y menos en la clase política. Eso es Grave I.
Conclusión, los argentinos, la Argentina, es una nación alejada de las grandes tendencias internacionales y con un aislamiento creciente y preocupante.
La actualidad, mientras tanto, revela cómo la polémica Estado-Sector Privado va en sentido contrario a la historia. Ante todo existe una seria confusión entre Estado y Gobierno, que muchas veces se identifican como si fueran lo mismo. El Estado es –debiera ser, más bien- una serie de instituciones, más o menos independientes según sus objetivos y funciones, que trasciende –o debiera trascender- a los deseos e intenciones de los diferentes gobiernos que transitan la vida política en una democracia en serio. Pero en la Argentino hubo y hay hoy un gobierno que no se preocupa tanto de gobernar como de apropiarse del Estado (y de sus instituciones) y promover su crecimiento y una mayor injerencia sobre el sector privado.
· Esto puede medirse y hasta cuantificarse de muchas formas. Desde el simple crecimiento del Gasto Público como porcentaje del PIB, que hoy está volviendo a los niveles récord ya alcanzados en los años ochenta hasta la preponderancia creciente de la inversión pública reemplazando a las inversiones privadas, pese a que repetidamente se ha comprobado la ineficiencia y la menor productividad de la inversión pública. Cada vez que el Estado argentino quiso reemplazar al sector privado convirtiéndose en un Estado Gastador fracasó. Hoy el Sector Público, medido simplemente como el tamaño del gasto consolidado de los diferentes niveles del Estado sobre la economía, se acerca a un 35% del total, un porcentaje que se acerca a los niveles de los países europeos del modelo renano, que está en plena ebullición y discusión en Europa (pregúntenle a los franceses y a Nicolás Sarkozy, por ejemplo).
Fuente: Daniel Artana, Indicadores de Coyuntura, Fiel
· Pero este Estado Elefante (y un elefante gordo, hay que aclarar, y pintado de rosa para que se vea más simpático y bonachón) que se ha desarrollado en los últimos años en la Argentina tiene muchas otras formas de ver esta misma tendencia. La polémica de estos días sobre la re-estatización de una empresa que había sido privatizada (Aerolíneas Argentinas, “su compañía”, ¿de quién?) recién ha empezado y ya anticipa una batalla en el Congreso Nacional, que se ha revitalizado en el último mes gracias a la profunda crisis no sólo económica sin institucional desatada por el tema “retenciones agropecuarias”. Vale recordar que antes que esto ya fue re-estatizada Aguas Argentinas, antes llamada Agua y Energía y hoy Aysa, así como otras empresas provinciales. ¿El Estado se devorará a Aerolíneas Argentinas también, para luego privatizarla parcialmente en un modelo de “capitalismo de amigos” que terminarán financiando, o manteniendo, los argentinos con sus impuestos, en un escenario de presión fiscal récord? Ya está ocurriendo. Lo que hizo observar irónicamente a una legisladora de la oposición que este es un gobierno que realmente cree en el mundo de los negocios...
· La desagregación de las cifras fiscales, por lo demás, empieza a revelar cómo la injerencia del Estado sobre el sector privado va asumiendo otras modalidades, además de la re-estatización de empresas, el avance del sector público, el aumento de la inversión pública. Se trata de los crecientes subsidios que el mismo Estado (conducido por la administración Kirchner) transfiere de manera creciente al sector privado, de manera de sostener un sistema de precios relativos ideal (o imaginario) que está lejos de las ignoradas señales del mercado y de tener un poder de decisión sobre las empresas privadas. Las estimaciones privadas muestran que en el presente año el monto de estos subsidios, ya muy difíciles de remover sin un cambio de precios relativos al estilo de un rodrigazo, será de casi 15.000 millones de dólares, o 44.500 millones de pesos, una porción importante del gasto público total.
· Esto a su vez revela un fenómeno que ha vuelto: la llamada inelasticidad del gasto público a una reducción a niveles razonables. El cuadro de abajo, del Estudio Broda, revela que hoy nada menos que 21,89% del gasto público nacional se concentra en jubilaciones, transferencias al sector privado (los referidos subsidios) y gastos de capital (las inversiones referidas). Visto de otra forma, cerca de 70% de las erogaciones corrientes se destinan a estos tres rubros.
Fuente: Estudio Broda, ciclo mensual junio de 2006
· Pero el Elefante Gordo en que se está convirtiendo el Estado Argentino tiene otras aristas inquietantes, que se acercan a la política social, el clientelismo populista y el manejo que hace la Nación respecto a las provincias, comenzando por las más dependientes de las transferencias del Gobierno-Estado. Si algo dejó en claro la crisis agropecuaria es que la Nación recauda –además de los conocidos impuestos coparticipables- otros de gran magnitud como las retenciones, o derechos de exportación, que no provienen sólo del agro sino del sector energético (y ahora el gran objetivo apunta a la actividad minera, que hasta ahora se venía escapando). Lo concreto es que de los impuestos totales que recauda la Nación, aproximadamente 70% quedan en su poder para todas estas erogaciones señaladas más arriba, mientras que al menos vía la coparticipación llega a las provincias el 30% restante. Claro que las provincias tienen además sus recursos propios recaudados a través de impuestos estaduales, pero cuando se miran los números se encuentra que sobre todo en las provincias pobres estos tributos representan porcentajes no muy elevados de sus recursos totales, para financiarse.
· Según datos de Economía y Regiones, la consultora de Rogelio Frigerio (nieto) especializada en la situación del interior del país, las provincias del Noa (Chaco, Corrientes, Formosa y Misiones) reciben nada menos que 81,7% de sus ingresos totales desde la Nación, lo que revela su nivel de dependencia de la ayuda oficial nacional, que no necesariamente viene por el lado de los impuestos coparticipables, sino por las transferencias que desde el Gobierno-Estado Elefante se envían periódicamente para financiar obras públicas u otros gastos de apuro. En el caso del Nea (Catamarca, Jujuy, La Rioja, Salta, Santiago del Estero y Tucumán), el porcentaje de los recursos fiscales que reciben de la Nación es de 75,4% en relación a sus ingresos públicos totales. Esto implica, obviamente, una relación de dependencia y de disciplinamiento a las provincias que las obliga a “portarse bien” con el gobierno nacional, para poder recibir esta “pequeña ayuda de sus amigos”. El conflicto político social desatado en Córdoba, por el contrario, revela que las provincias que “se portan mal” no aplican para recibir ayuda financiera por afuera de la coparticipación, corresponda o no, más allá de los debates y juicios de valor que puedan hacerse sobre las gestiones del actual y el anterior gobernador. Lo cierto es que la Nación no sólo no está ayudando a Córdoba, sino que hay analistas muy serios que señala que está utilizando este “no recurso fiscal” para presionarla. ¿La querrán intervenir, comprar, hacer un leasing?
· Un dato más para mostrar la relación de dependencia que tienen las provincias respecto al Gran Hermano (¿o debe decirse Gran Elefante?) y que les impide ser plenamente autónomas se ve en la Provincia de Buenos Aires y en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires sumadas: sus gastos en personal representan 97% de sus ingresos tributarios propios respecto al gasto primario en estos dos jurisdicciones, que curiosamente son las más ricas de la Nación. Ello revela su nivel de dependencia de la Nación ya que necesitan la ayuda y la coparticipación para poder conducirse solas. Pregunten a Mauricio, sino.
· Pero el Estado Elefante revela otras formas de injerencia del gobierno nacional en la vida privada de los argentinos. El ejemplo más irritativo es la virtual intervención del Indec por funcionarios del gobierno, una institución estatal que debiera ser autónoma del poder central para poder realizar estadísticas serias que no le sirvan a ningún gobierno, sino al país, que necesita estadísticas serias y confiables para manejarse y tomar sus decisiones.
· Pero el Estado Elefante argentino está cada vez en más áreas de la vida de los argentinos. Claramente, cuando es capaz de controlar a la justicia, las fuerzas de seguridad, el Congreso Nacional y tantas otras instituciones de la Nación, la injerencia no puede calificare cuantitativamente, pero si cualitativamente.
Esto es lo que los argentinos comenzaron a percibir con claridad a partir de la inesperada crisis agropecuaria por las retenciones; que el Estado (que en este caso es manejado por el gobierno de manera demasiado significativa) está en todas partes. Y que se trata de un elefante que, para peor, no desea hacer dieta, sino que quiere devorar más.
Eso es todo por hoy, tengo que volverme a Buenos Aires, voy a extrañar la playa, las olas, el viento que la despeina a Paltrow y muchas cosas más, incluso que me robe mis camisas blancas que le quedan tan bien con el nudito hecho en vez de usar los botones. Ella es cero botones, claro.
Un abrazo,
El Hombre Electrónico