Sobre círculos viciosos y eternos retornos
Miedo a cambiar
Hola gente, amigos y no tan amigos. Este miércoles, en el mismo día en que S&P le elevaba su calificación a Brasil, y este país se convertía en Investment Grade, una nota de la agencia económica Bloomberg publicaba los temores de algunos expertos en el sentido que la Argentina podría tener serios problemas de financiamiento en el futuro (¿2009?, ¿2010?), que la llevarían a un segundo default en una década (pese a que aún no ha terminado de resolver y cerrar el primero), en un contexto de inflación creciente y protestas de los agricultores, sin dejar de mencionar tampoco el descrédito que han generado las estadísticas que publica la oficina oficial nacional de “desinteligencias”, el Indek. Les adjunto el link, para que lo puedan leer ustedes mismos… (http://www.bloomberg.com/apps/news?pid=20601086&sid=aUPReygAFGDg&refer=latin).
“¿Será otra conspiración más contra la Argentina, gordito?”, me preguntó irónicamente Patricia Paltrow cuando me llamó por su celular desde su buró en la Calle de la Pared. Y no se reía para nada, ella, que siempre sonríe resignadamente ante la exuberancia irracional de la Argentina como diciendo “ustedes no tiene remedio”. Me llamó la atención que me llamara desde su telefonito blutut, de paso, ya que Paltrow siempre usa la red para este tipo de conversaciones, no por ahorrar, sino por el ruido que hay normalmente en su banquito, con los famosos operadores al teléfono (que ya se modernizaron, claro), comprando y vendiendo. Esto es, comprando Brasil, vendiendo Argentina, como ocurrió de manera creciente en los últimos dos años, y arreció el día que la Argentina rompiera el termómetro para medir la inflación y hacer como que no pasaba nada. ¿Será por eso que el riesgo país de la Argentina hoy casi triplica al de Brasil?
Fue el mismo día, de paso, que Clarín, el gran diario argentino (según ellos, claro), publicara en tapa que la principal preocupación de los argentinos, hoy por hoy, es la inflación. No es nada nuevo, Obvio, Clarín no inventó la pólvora, ni la noticia, sino que por alguna razón ahora la publica en tapa (su primer objetivo en la vida es no perder lectores, claro). Ya lo saben, ¿hay que aclararlo?: la inflación no es de 8,5% como lo señala el Indek, sino que ronda 27% more o less, o más de 30% anual, si se miran las expectativas de los argentinos a futuro. Esto es, hace mucho superamos la etapa del dígito, y ya avanzamos varios casilleros más, al nivel de aceleración de la puja distributiva, al mejor estilo del correcaminos (precios), al que nunca los salarios pudieron alcanzar por demasiado tiempo.
Miedo a cambiar
Hola gente, amigos y no tan amigos. Este miércoles, en el mismo día en que S&P le elevaba su calificación a Brasil, y este país se convertía en Investment Grade, una nota de la agencia económica Bloomberg publicaba los temores de algunos expertos en el sentido que la Argentina podría tener serios problemas de financiamiento en el futuro (¿2009?, ¿2010?), que la llevarían a un segundo default en una década (pese a que aún no ha terminado de resolver y cerrar el primero), en un contexto de inflación creciente y protestas de los agricultores, sin dejar de mencionar tampoco el descrédito que han generado las estadísticas que publica la oficina oficial nacional de “desinteligencias”, el Indek. Les adjunto el link, para que lo puedan leer ustedes mismos… (http://www.bloomberg.com/apps/news?pid=20601086&sid=aUPReygAFGDg&refer=latin).
“¿Será otra conspiración más contra la Argentina, gordito?”, me preguntó irónicamente Patricia Paltrow cuando me llamó por su celular desde su buró en la Calle de la Pared. Y no se reía para nada, ella, que siempre sonríe resignadamente ante la exuberancia irracional de la Argentina como diciendo “ustedes no tiene remedio”. Me llamó la atención que me llamara desde su telefonito blutut, de paso, ya que Paltrow siempre usa la red para este tipo de conversaciones, no por ahorrar, sino por el ruido que hay normalmente en su banquito, con los famosos operadores al teléfono (que ya se modernizaron, claro), comprando y vendiendo. Esto es, comprando Brasil, vendiendo Argentina, como ocurrió de manera creciente en los últimos dos años, y arreció el día que la Argentina rompiera el termómetro para medir la inflación y hacer como que no pasaba nada. ¿Será por eso que el riesgo país de la Argentina hoy casi triplica al de Brasil?
Fue el mismo día, de paso, que Clarín, el gran diario argentino (según ellos, claro), publicara en tapa que la principal preocupación de los argentinos, hoy por hoy, es la inflación. No es nada nuevo, Obvio, Clarín no inventó la pólvora, ni la noticia, sino que por alguna razón ahora la publica en tapa (su primer objetivo en la vida es no perder lectores, claro). Ya lo saben, ¿hay que aclararlo?: la inflación no es de 8,5% como lo señala el Indek, sino que ronda 27% more o less, o más de 30% anual, si se miran las expectativas de los argentinos a futuro. Esto es, hace mucho superamos la etapa del dígito, y ya avanzamos varios casilleros más, al nivel de aceleración de la puja distributiva, al mejor estilo del correcaminos (precios), al que nunca los salarios pudieron alcanzar por demasiado tiempo.
Beep, beep. La inflación es como el correcaminos,
inalcanzable para los salarios, y siempre explota en las manos
Pero todo eso ya lo saben, lo intuyen, lo recuerdan, la memoria inflacionaria es implacable, como todos sus efectos secundarios. También deben saber las diferentes versiones sobre planes económicos, arreglos y desarreglos con el campo (en donde el gobierno logró una victoria a la Pirro, ya que les gusta ganar como sea), idas y vueltas, marchas y contramarchas y “la renuncia que no fue” de Alberto Fernández, hoy por hoy el hombre más moderado del gabinete. (“Cómo serán los otros -me dijo Paltrow anoche, cuando conversábamos por el Skype- si Alberto, hasta hace dos meses decía que la inflación del Indek era la verdadera”). Yo le miraba los ojitos, con sus nuevos anteojos que usa ella ahora y que le que quedan tan bien (qué barbaridad, todo le queda bien a esta mujer, hasta mis aburridas camisas azules que siempre me roba). Y en ese momento me di cuenta que la estoy extrañando, claro, hace tiempo que no nos vemos, justamente desde Ilhabela, o sea, Brasil.
Pero ese no es el tema de hoy, pasan cosas serias por aquí, y por Bolivia, y por Venezuela, tres países unidos por el populismo nacionalista que tan de moda estuviera en el mundo hace unos 80 años. Eso sí es vivir atrasado, qué embarazoso, en otro mundo, en otra galaxia, o más bien fuera del mundo, pidiendo a gritos una calificación CCC a S&P para luego poder echarle la culpa a Dobleiu Bush y al G7, y a la crisis financiera internacional, y a los productores agropecuarios y el terriblemente alto precio de la soja, y al petróleo, por toda la “mala suerte” que tenemos.
Capítulo I, haciendo memoria
En estos días finalmente conseguí una copia en dividí de los programas de Tato Bores, de la época en que él, en los años noventa, jugara con aquella idea de ser un antropólogo alemán del futuro que investiga porqué en América latina hay un agujero gigante con forma de bife que, según explica, habría sido el lugar en donde había un país que desapareció, se esfumó, y no quedó nada. Ya lo sé, ya lo saben, era una metáfora, los países no desaparecen, a lo sumo entran en decadencia y caen por algunos años, algunas décadas, medio siglo, como mucho. Pero los programas de Die Argentinen Von Tato nos confirman, con su humor demoledor y nada ingenuo, que la Argentina, en repetidas ocasiones, ha enfrentado encrucijadas similares o parecidas, y en general la respuesta inicial ha sido negar la realidad y profundizar el modelo… Como parece ocurrir ahora, oia, qué casualidad, ¿otra vez sopa?, ¿la historia vuelve a repetirse?
Todo esto me recuerda una historia inquietante. Hacia mediados de los años noventa el dólar comenzó a subir en el mundo, luego de un largo período de caída muy parecido al vivido desde 2002 hasta ahora. En todo caso, en el ciclo anterior no había euros en el mundo, y una de las monedas de referencia era el marco alemán, y el yen en segundo lugar. El dólar, en esos años previos, había caído en picada contra el marco y el yen, en un porcentaje quizá no tan importante como el de estos años contra el euro, pero la diferencia no era tan elevada como muchos creen.
En aquel momento de superdólar, la contracara fue que todas las otras monedas del mundo comenzaron a retrasarse, a revaluarse más o menos contra la moneda norteamericana (qué casualidad, como ahora), hasta que en algún momento la pérdida de competitividad de los países frente se hizo demasiado intensa y los países comenzaron a devaluar. El primero de ellos fue México, con el famoso “efecto tequila” pronosticado antes de la caída por el economista Guillermo Calvo (que se hizo famoso por su pronóstico), luego vinieron los países de Asia, luego vino Rusia, luego le siguió Brasil hacia 1999. Fue un efecto en cadena, como el dólar era súper-dólar, generó en el mundo una oleada de devaluaciones. Hubo varios países que no devaluaron, uno fue la Argentina, otro fue Hong Kong (una pequeña pero potente nación dedicada a la actividad financiera), y ambos tenían un sistema de convertibilidad, con la diferencia que para la Argentina, el retraso cambiario generado por el super-dólar provocó una pérdida de competitividad, que empujaba al país a salir de ese esquema que tan bien había funcionado. Hong Kong, que no era un exportador de bienes transables sino un pequeño paraíso financiero, pudo sostenerse porque la “mercadería” que negocia es, justamente, monedas y capitales financieros, entre otras cosas.
Todo esto viene a cuento por varias razones. La primera, porque no está del todo demostrado que la convertibilidad se hubiera hecho insostenible si en el mundo no hubiera aparecido una nueva realidad, el súper-dólar de la segunda Presidencia de Bill Clinton. La segunda es de sentido común, ante el cambio de la situación internacional, se imponía hacerle un “service” al esquema, para adaptarlo antes que sea tarde a las nuevas condiciones (la palabrita de moda), de manera de resolver estas dificultades y otras relacionadas, como un frente fiscal, que se estaba complicando en aquellos años más por responsabilidades propias que ajenas y alimentaba el problema de manera drástica.
Pero nadie se atrevió a hacerlo, pese a que, como suele ocurrir, cuando el dólar sube en el mundo, los precios de los commodities suelen bajar en una proporción parecida, algo que suele ser especialmente perjudicial para un país del perfil exportador de la Argentina.
En los últimos años tuve el privilegio de conversar largamente sobre estos temas con todos los involucrados en aquel ciclo pendular anterior, desde Carlos Menem hasta Domingo Cavallo, desde Roque Fernández hasta Ricardo López Murphy, y también hablé con otros expertos de primer nivel que en estos años opinaran sobre el tema, aunque a algunos no puedo nombrarlos, sabrán comprender.
Pero la conclusión que era casi unánime en todas estas conversaciones es que efectivamente habría que haber salido de la convertibilidad por las buenas, y mucho antes de que se complicaran las cosas, porque en esas situaciones lo que suele ocurrir es que, con las expectativas en contra, ya no es posible salir por las buenas. El mismo Domingo Cavallo opinaba que habría que haber salido de la convertibilidad hacia 1997, un alo después del tequila, aunque él ya no era ministro de Economía. Ricardo López Murphy opinó algo parecido, 1996 o 1997, aunque él veía los problemas más por las dificultades fiscales que el país enfrentaba, que impactaban de manera indirecta sobre la paridad real. Roque Fernández, siguiendo con la lista, sostuvo que en aquel momento, hacia 1997, no era aconsejable –ni “nesario”- salir de la convertibilidad, aunque reconoce que la polémica existió e incluyó a muy importantes funcionarios internacionales que opinaban a favor de esto, justamente ante la oleada devaluatoria iniciada con el Tequila. Y va más lejos, con honestidad explica que visto lo que ocurrió después, es decir, la explosión de la convertibilidad combinada con el default hacia fines de 2001, hubiera sido mejor salir antes, hacia 1997. Pero insiste, él no creía eso en aquel momento, no pensaba que fuera necesario replantear el esquema con algún tipo de flotación, devaluación ni nada parecido, para él las cosas lucían bien y sólo comenzaron a deteriorarse desde principios del año 2000, con el advenimiento de la Alianza al poder, el impuestazo y una caída de los precios internacionales de los productos exportables por la Argentina. Todo junto y por la misma plata, como decía Tato, y yo agrego que por alguna razón, en la vida cuando las cosas se complican, se complican todas juntas y usualmente sin avisar. Demás está decir que el resto de los expertos con los que conversé en los últimos tiempos opinaron algo parecido, en todo caso modificando su visión sobre cuál era el momento ideal para salir de la convertibilidad, pero todos de acuerdo que aprovechando un buen momento de la economía argentina, anticipándose a la posibilidad –siempre a la vuelta de la esquina- que las expectativas, o la situación real del país o del mundo, se modificaran para peor y se produjera una salida por malas malas. El economista Ricardo Arriazu es el único que sostuvo que no habría que haber salido de la convertibilidad. Hombre favorable a un esquema de cambio fijo, puso un énfasis mucho mayor en el ciclo internacional de movimiento de capitales, y consideró que ya fuera con cambio fijo o flotante las cosas suelen ser parecidas y complicadas para países como la Argentina (países tomadores de precios) en el momento que cambia el ciclo económico internacional, y los capitales que llegaban y revaluaban la moneda (en términos reales o nominales) empiezan a irse, despacito o en manada. Esto es, cuando la lluvia de dólares deja lugar a una sequía de dólares.
Capítulo II, ¿para qué cambiar si está todo bien?
Hoy por hoy, el dilema es muy parecido, aunque no se trate de la convertibilidad, sino de una política económica heterodoxa, productivista y con aspectos positivos y negativos diferentes a los del pasado. Pero la tendencia de los argentinos, dirigentes y dirigidos, es a “no hacer olas”, no cambiar nada, no hacer un service, sino profundizar el esquema, es decir, acentuar los problemas en vez de observar con más objetividad la realidad y hacer “el service del auto” por las buenas, antes que se rompa la cadena del distribuidor en la ruta, por ejemplo en medio de La Pampa yendo al sur, siguiendo con el tema, antes que lo haga el mercado por las malas, que no es otra cosa que la gente de aquí, más que la de afuera.
El último mes es una prueba inquietante en este sentido. Desde el costado político, la reacción oficial fue no escuchar ni ver las señales de una realidad interna e internacional que se está modificando día a día (¿para que cambiar, si esto es un éxito y tenemos 50.000 millones de dólares de reservas para disciplinar a cualquiera?). Desde el costado de la política económica, pese a que la “política anti-inflacionaria” de Guillermo Moreno (primero acuerdos de precios, luego controles de precios, finalmente romper el termómetro y negar que la inflación sea un tema grave o preocupante), todo indica que hacia delante se marcha hacia algún tipo de acuerdo social entre sindicalistas (domesticados por Hugo Moyano, alias “siempre listo”) para “congelar los precios” de común acuerdo, algo así como un divorcio de diferencias irreconciliables en donde las dos partes hacen un armisticio para no llegar a una remake de “La guerra de los Roses”. Por lo demás, la profundización de la actual política económica sería más de lo mismo, manteniendo el esquema productivista en el que creen tanto la pareja presidencial como sus funcionarios cercanos, con escaso espíritu critico, aunque muy obedientes (¿para que cambiar, Néstor, si esto es un éxito y tenemos 50.000 millones de dólares de reservas para disciplinar a cualquiera?). Si uno mira el pasado argentino, la profundización del modelo no sería otra cosa que apuntar, junto con un acuerdo de precios y salarios (ya que se nos rompió el termómetro, la solución es prohibir la inflación por decreto), a un esquema de tipos de cambios múltiples, en donde el dólar alto sea para actividades como el turismo y aledaños, un dólar en el medio para sobreproteger a la industria, y un dólar más bajo para el sector agropecuario (de paso se dice que evitaría que suban los precios de los productos que se consumen aquí o en el exterior, indistintamente). De paso, cambia el eje de la discusión y deja el tema de las retenciones en un segundo plano ya que el esquema sería de tipo fiscalista para no arriesgar los niveles de recaudación actuales, necesarios para sostener el esquema.
Amigos y no tan amigos, lo dicho no es información ni mucho menos, todos saben que hay rumores de todo tipo dando vueltas y tratando de anticipar qué hará la Presidenta Kirchner el 25 de mayo próximo, supuestamente el día D si todo no se complica antes. Pero nunca me gustó llevar y traer rumores. Lo que sostengo, sospecho, supongo, es que si hay profundización vamos en ese camino. Y esto es puro análisis, con alguna experiencia por haber vivido –y sobrevivido- a por lo menos cuatro crisis “terminales” que sufrimos en carne propia los argentinos, en parte por haber intentado negar la realidad..
La pregunta siguiente es si un esquema así podría funcionar en este contexto. Mi respuesta es no, jamás funcionó en la Argentina por mucho tiempo un esquema de tipos de cambio múltiples, ni explícito ni implícito en una política fiscal. ¿Por qué iba a funcionar esta vez? La respuesta es 50.000 millones de dólares de reservas, y los famosos, incuestionables y bienvenidos superávit fiscal y comercial. ¿Será?
Y la siguiente pregunta es si alcanza con esto. La respuesta es “depende”. ¿De qué? Del contexto internacional. Si persiste el viento de cola, podría funcionar para ganar tiempo (aunque no resuelve del todo los motores de la actual inflación de demanda por recalentamiento de la economía ni la feroz insuficiencia de la inversión productiva, dejando de lado las expectativas negativas en ascenso por parte de la población).
inalcanzable para los salarios, y siempre explota en las manos
Pero todo eso ya lo saben, lo intuyen, lo recuerdan, la memoria inflacionaria es implacable, como todos sus efectos secundarios. También deben saber las diferentes versiones sobre planes económicos, arreglos y desarreglos con el campo (en donde el gobierno logró una victoria a la Pirro, ya que les gusta ganar como sea), idas y vueltas, marchas y contramarchas y “la renuncia que no fue” de Alberto Fernández, hoy por hoy el hombre más moderado del gabinete. (“Cómo serán los otros -me dijo Paltrow anoche, cuando conversábamos por el Skype- si Alberto, hasta hace dos meses decía que la inflación del Indek era la verdadera”). Yo le miraba los ojitos, con sus nuevos anteojos que usa ella ahora y que le que quedan tan bien (qué barbaridad, todo le queda bien a esta mujer, hasta mis aburridas camisas azules que siempre me roba). Y en ese momento me di cuenta que la estoy extrañando, claro, hace tiempo que no nos vemos, justamente desde Ilhabela, o sea, Brasil.
Pero ese no es el tema de hoy, pasan cosas serias por aquí, y por Bolivia, y por Venezuela, tres países unidos por el populismo nacionalista que tan de moda estuviera en el mundo hace unos 80 años. Eso sí es vivir atrasado, qué embarazoso, en otro mundo, en otra galaxia, o más bien fuera del mundo, pidiendo a gritos una calificación CCC a S&P para luego poder echarle la culpa a Dobleiu Bush y al G7, y a la crisis financiera internacional, y a los productores agropecuarios y el terriblemente alto precio de la soja, y al petróleo, por toda la “mala suerte” que tenemos.
Capítulo I, haciendo memoria
En estos días finalmente conseguí una copia en dividí de los programas de Tato Bores, de la época en que él, en los años noventa, jugara con aquella idea de ser un antropólogo alemán del futuro que investiga porqué en América latina hay un agujero gigante con forma de bife que, según explica, habría sido el lugar en donde había un país que desapareció, se esfumó, y no quedó nada. Ya lo sé, ya lo saben, era una metáfora, los países no desaparecen, a lo sumo entran en decadencia y caen por algunos años, algunas décadas, medio siglo, como mucho. Pero los programas de Die Argentinen Von Tato nos confirman, con su humor demoledor y nada ingenuo, que la Argentina, en repetidas ocasiones, ha enfrentado encrucijadas similares o parecidas, y en general la respuesta inicial ha sido negar la realidad y profundizar el modelo… Como parece ocurrir ahora, oia, qué casualidad, ¿otra vez sopa?, ¿la historia vuelve a repetirse?
Todo esto me recuerda una historia inquietante. Hacia mediados de los años noventa el dólar comenzó a subir en el mundo, luego de un largo período de caída muy parecido al vivido desde 2002 hasta ahora. En todo caso, en el ciclo anterior no había euros en el mundo, y una de las monedas de referencia era el marco alemán, y el yen en segundo lugar. El dólar, en esos años previos, había caído en picada contra el marco y el yen, en un porcentaje quizá no tan importante como el de estos años contra el euro, pero la diferencia no era tan elevada como muchos creen.
En aquel momento de superdólar, la contracara fue que todas las otras monedas del mundo comenzaron a retrasarse, a revaluarse más o menos contra la moneda norteamericana (qué casualidad, como ahora), hasta que en algún momento la pérdida de competitividad de los países frente se hizo demasiado intensa y los países comenzaron a devaluar. El primero de ellos fue México, con el famoso “efecto tequila” pronosticado antes de la caída por el economista Guillermo Calvo (que se hizo famoso por su pronóstico), luego vinieron los países de Asia, luego vino Rusia, luego le siguió Brasil hacia 1999. Fue un efecto en cadena, como el dólar era súper-dólar, generó en el mundo una oleada de devaluaciones. Hubo varios países que no devaluaron, uno fue la Argentina, otro fue Hong Kong (una pequeña pero potente nación dedicada a la actividad financiera), y ambos tenían un sistema de convertibilidad, con la diferencia que para la Argentina, el retraso cambiario generado por el super-dólar provocó una pérdida de competitividad, que empujaba al país a salir de ese esquema que tan bien había funcionado. Hong Kong, que no era un exportador de bienes transables sino un pequeño paraíso financiero, pudo sostenerse porque la “mercadería” que negocia es, justamente, monedas y capitales financieros, entre otras cosas.
Todo esto viene a cuento por varias razones. La primera, porque no está del todo demostrado que la convertibilidad se hubiera hecho insostenible si en el mundo no hubiera aparecido una nueva realidad, el súper-dólar de la segunda Presidencia de Bill Clinton. La segunda es de sentido común, ante el cambio de la situación internacional, se imponía hacerle un “service” al esquema, para adaptarlo antes que sea tarde a las nuevas condiciones (la palabrita de moda), de manera de resolver estas dificultades y otras relacionadas, como un frente fiscal, que se estaba complicando en aquellos años más por responsabilidades propias que ajenas y alimentaba el problema de manera drástica.
Pero nadie se atrevió a hacerlo, pese a que, como suele ocurrir, cuando el dólar sube en el mundo, los precios de los commodities suelen bajar en una proporción parecida, algo que suele ser especialmente perjudicial para un país del perfil exportador de la Argentina.
En los últimos años tuve el privilegio de conversar largamente sobre estos temas con todos los involucrados en aquel ciclo pendular anterior, desde Carlos Menem hasta Domingo Cavallo, desde Roque Fernández hasta Ricardo López Murphy, y también hablé con otros expertos de primer nivel que en estos años opinaran sobre el tema, aunque a algunos no puedo nombrarlos, sabrán comprender.
Pero la conclusión que era casi unánime en todas estas conversaciones es que efectivamente habría que haber salido de la convertibilidad por las buenas, y mucho antes de que se complicaran las cosas, porque en esas situaciones lo que suele ocurrir es que, con las expectativas en contra, ya no es posible salir por las buenas. El mismo Domingo Cavallo opinaba que habría que haber salido de la convertibilidad hacia 1997, un alo después del tequila, aunque él ya no era ministro de Economía. Ricardo López Murphy opinó algo parecido, 1996 o 1997, aunque él veía los problemas más por las dificultades fiscales que el país enfrentaba, que impactaban de manera indirecta sobre la paridad real. Roque Fernández, siguiendo con la lista, sostuvo que en aquel momento, hacia 1997, no era aconsejable –ni “nesario”- salir de la convertibilidad, aunque reconoce que la polémica existió e incluyó a muy importantes funcionarios internacionales que opinaban a favor de esto, justamente ante la oleada devaluatoria iniciada con el Tequila. Y va más lejos, con honestidad explica que visto lo que ocurrió después, es decir, la explosión de la convertibilidad combinada con el default hacia fines de 2001, hubiera sido mejor salir antes, hacia 1997. Pero insiste, él no creía eso en aquel momento, no pensaba que fuera necesario replantear el esquema con algún tipo de flotación, devaluación ni nada parecido, para él las cosas lucían bien y sólo comenzaron a deteriorarse desde principios del año 2000, con el advenimiento de la Alianza al poder, el impuestazo y una caída de los precios internacionales de los productos exportables por la Argentina. Todo junto y por la misma plata, como decía Tato, y yo agrego que por alguna razón, en la vida cuando las cosas se complican, se complican todas juntas y usualmente sin avisar. Demás está decir que el resto de los expertos con los que conversé en los últimos tiempos opinaron algo parecido, en todo caso modificando su visión sobre cuál era el momento ideal para salir de la convertibilidad, pero todos de acuerdo que aprovechando un buen momento de la economía argentina, anticipándose a la posibilidad –siempre a la vuelta de la esquina- que las expectativas, o la situación real del país o del mundo, se modificaran para peor y se produjera una salida por malas malas. El economista Ricardo Arriazu es el único que sostuvo que no habría que haber salido de la convertibilidad. Hombre favorable a un esquema de cambio fijo, puso un énfasis mucho mayor en el ciclo internacional de movimiento de capitales, y consideró que ya fuera con cambio fijo o flotante las cosas suelen ser parecidas y complicadas para países como la Argentina (países tomadores de precios) en el momento que cambia el ciclo económico internacional, y los capitales que llegaban y revaluaban la moneda (en términos reales o nominales) empiezan a irse, despacito o en manada. Esto es, cuando la lluvia de dólares deja lugar a una sequía de dólares.
Capítulo II, ¿para qué cambiar si está todo bien?
Hoy por hoy, el dilema es muy parecido, aunque no se trate de la convertibilidad, sino de una política económica heterodoxa, productivista y con aspectos positivos y negativos diferentes a los del pasado. Pero la tendencia de los argentinos, dirigentes y dirigidos, es a “no hacer olas”, no cambiar nada, no hacer un service, sino profundizar el esquema, es decir, acentuar los problemas en vez de observar con más objetividad la realidad y hacer “el service del auto” por las buenas, antes que se rompa la cadena del distribuidor en la ruta, por ejemplo en medio de La Pampa yendo al sur, siguiendo con el tema, antes que lo haga el mercado por las malas, que no es otra cosa que la gente de aquí, más que la de afuera.
El último mes es una prueba inquietante en este sentido. Desde el costado político, la reacción oficial fue no escuchar ni ver las señales de una realidad interna e internacional que se está modificando día a día (¿para que cambiar, si esto es un éxito y tenemos 50.000 millones de dólares de reservas para disciplinar a cualquiera?). Desde el costado de la política económica, pese a que la “política anti-inflacionaria” de Guillermo Moreno (primero acuerdos de precios, luego controles de precios, finalmente romper el termómetro y negar que la inflación sea un tema grave o preocupante), todo indica que hacia delante se marcha hacia algún tipo de acuerdo social entre sindicalistas (domesticados por Hugo Moyano, alias “siempre listo”) para “congelar los precios” de común acuerdo, algo así como un divorcio de diferencias irreconciliables en donde las dos partes hacen un armisticio para no llegar a una remake de “La guerra de los Roses”. Por lo demás, la profundización de la actual política económica sería más de lo mismo, manteniendo el esquema productivista en el que creen tanto la pareja presidencial como sus funcionarios cercanos, con escaso espíritu critico, aunque muy obedientes (¿para que cambiar, Néstor, si esto es un éxito y tenemos 50.000 millones de dólares de reservas para disciplinar a cualquiera?). Si uno mira el pasado argentino, la profundización del modelo no sería otra cosa que apuntar, junto con un acuerdo de precios y salarios (ya que se nos rompió el termómetro, la solución es prohibir la inflación por decreto), a un esquema de tipos de cambios múltiples, en donde el dólar alto sea para actividades como el turismo y aledaños, un dólar en el medio para sobreproteger a la industria, y un dólar más bajo para el sector agropecuario (de paso se dice que evitaría que suban los precios de los productos que se consumen aquí o en el exterior, indistintamente). De paso, cambia el eje de la discusión y deja el tema de las retenciones en un segundo plano ya que el esquema sería de tipo fiscalista para no arriesgar los niveles de recaudación actuales, necesarios para sostener el esquema.
Amigos y no tan amigos, lo dicho no es información ni mucho menos, todos saben que hay rumores de todo tipo dando vueltas y tratando de anticipar qué hará la Presidenta Kirchner el 25 de mayo próximo, supuestamente el día D si todo no se complica antes. Pero nunca me gustó llevar y traer rumores. Lo que sostengo, sospecho, supongo, es que si hay profundización vamos en ese camino. Y esto es puro análisis, con alguna experiencia por haber vivido –y sobrevivido- a por lo menos cuatro crisis “terminales” que sufrimos en carne propia los argentinos, en parte por haber intentado negar la realidad..
La pregunta siguiente es si un esquema así podría funcionar en este contexto. Mi respuesta es no, jamás funcionó en la Argentina por mucho tiempo un esquema de tipos de cambio múltiples, ni explícito ni implícito en una política fiscal. ¿Por qué iba a funcionar esta vez? La respuesta es 50.000 millones de dólares de reservas, y los famosos, incuestionables y bienvenidos superávit fiscal y comercial. ¿Será?
Y la siguiente pregunta es si alcanza con esto. La respuesta es “depende”. ¿De qué? Del contexto internacional. Si persiste el viento de cola, podría funcionar para ganar tiempo (aunque no resuelve del todo los motores de la actual inflación de demanda por recalentamiento de la economía ni la feroz insuficiencia de la inversión productiva, dejando de lado las expectativas negativas en ascenso por parte de la población).
Más claro que el agua mineral
Pero todo indica que la idea oficial de “profundizar el esquema” no tiene demasiadas posibilidades, ya que todos ustedes me piden que sea optimista. Primero, porque los argentinos tienen memoria inflacionaria y experiencia en estas políticas que no llevan certidumbre a la población y terminan alimentando la ley de Gresham (salgamos del dinero malo y vayamos al bueno). Segundo, porque el dólar dejó de caer en el mundo y es posible que apunte en la dirección contraria, lenta y armoniosamente, así como los mercados financieros, lo que anticipa una baja de los commodities. Si a esto le sumamos que la Argentina revela un descrédito creciente en el mundo, y más acá y más allá de la General Paz (falta de crédito, digamos), un esquema de este tipo no parece adecuado para enfrentar una crisis en que la realidad, la simple realidad, está cambiando y el piloto y el copiloto de la nave (el que lleva los mapas, digamos) siguen pensando la vieja frase “para que cambiar, si hasta ahora nos fue bien con esto y es en lo que realmente creemos.
Pero todo indica que la idea oficial de “profundizar el esquema” no tiene demasiadas posibilidades, ya que todos ustedes me piden que sea optimista. Primero, porque los argentinos tienen memoria inflacionaria y experiencia en estas políticas que no llevan certidumbre a la población y terminan alimentando la ley de Gresham (salgamos del dinero malo y vayamos al bueno). Segundo, porque el dólar dejó de caer en el mundo y es posible que apunte en la dirección contraria, lenta y armoniosamente, así como los mercados financieros, lo que anticipa una baja de los commodities. Si a esto le sumamos que la Argentina revela un descrédito creciente en el mundo, y más acá y más allá de la General Paz (falta de crédito, digamos), un esquema de este tipo no parece adecuado para enfrentar una crisis en que la realidad, la simple realidad, está cambiando y el piloto y el copiloto de la nave (el que lleva los mapas, digamos) siguen pensando la vieja frase “para que cambiar, si hasta ahora nos fue bien con esto y es en lo que realmente creemos.
En el año 2455, o algo así, una experta trata de explicar porqué desapareció la Argentina, según Die Argentinien Von Tato
Gente, amigos y no tan amigos, eso es todo por hoy, espero que esta carta les llegue, pese a que Fibertel no está funcionando en casa, Arnet dejó de funcionar en febrero y las comunicaciones en la Argentina son una actividad cuasi monopólica y no hay mucha gente para quejarse. Y luego me iré al cine a ver “Muerte en un funeral”, me parece una buena forma de negar la realidad (para ver que se siente vivir en un taper). Total, Paltrow está agobiada en Niú York, Niú York,comprando Brasil y vendiendo Argentina, pese a que, como lo comentó Pablo Wende hoy en la radio, Guillermo Moreno, hace unos dos años, pronosticó que Brasil se iba al diablo, y la Argentina estaba condenada a crecer, o algo así. Eso sí es tener visión de futuro.
Un abrazo,
El Homble Elecrlónico
(políticamente incolecto)