Carta desde el ciberespacio número 288, del 31 de agosto de 2011






Las cartas desde el ciberespacio se mudan a Twitter...

@homelectronico



La última carta




“Los pueblos tienen los dirigentes que se les parecen”

André Malraux

Hola gente, amigos y no tan amigos. Esta no es una despedida. Simplemente cambiaré mi forma de llegar a ustedes. Cuando comencé a escribir las cartas desde el ciberespacio, enviar estos correos con mis análisis económicos y mis reflexiones sobre la situación de la Argentina y de las finanzas internacionales tenía sentido. Ustedes, los lectores, tenían mucho más tiempo de leer, y más deseos de hacerlo, y lo disfrutaban, ya que la realidad era más soportable, con lo que el desafío de reflexionar era un camino de ida y vuelta que nos enriquecía a todos. Y yo sentía más placer y menos angustia, cuando trataba, modestamente, de explicar la realidad y reflexionar sobre nuestro mundo.


Empecé con mis cartas hacia setiembre de 2004, esto es, hace nada menos que 7 años, en que casi sin interrupciones les envié todos los jueves una carta como estas, algunas mejores, otras peores, pero siempre escritas con la misma pasión y el mismo respeto para quienes pensaban como yo y para quienes pensaban diferente. Es que una de las ideas era justamente este: el debate, crear un ámbito para provocar el libre pensamiento. Pero luego la Argentina profundizó otra vez el viejo camino de atarse a ideologías, antes que debatir sana y de manera respetuosa las ideas de todos.


Pero pasaron muchas cosas, en el mundo y en la Argentina, que hacen que les deje de enviar mis cartas como las escribía hasta ahora.


Ante todo, la tecnología. La ley de Moore es maravillosa: aceleró el cambio tecnológico hasta tal punto que así como las máquinas de escribir manuales ya son obsoletas (pero siempre entrañables y queridas), las computadoras empiezan también a ser “viejas” y ahora comienzan a ser sustituidas por “tablets” pequeñas y poderosas. Bienvenido el progreso, no podemos renegar de él, sino alegrarnos porque nos puede mejorar la vida a todos, si tenemos la capacidad de manejar estos instrumentos y no dejar que estos nos manejen a nosotros.


Así, el recurso del mail empieza a ser sustituido por las redes sociales, como Twitter o Facebook, entre otras. La comunicación por Internet, así, está tendiendo a ser más breve, a veces más frívola, siempre más rápida. Y eso se combina con gente que vive apurada y que ya no tiene el tiempo que tenía antes en sentarse a leer, y a disfrutar, de un diario de papel, de una revista, de un trabajo académico que se salga de las pautas del un “Power Point” y no sea rápido, conciso, certero. La frase “el tiempo es oro”, con la onza del metal rondando 1.900 dólares, se hace día a día más concreta, las personas requieren frases cortas e información digerida, porque las horas parecen durar menos de 60 minutos, pese a que la esperanza de vida aumenta (“la vida es tan corta y las horas son tan largas”, escribió Borges en su poema, quizá interpretando correctamente el sentimiento que muchos tenemos sobre el transcurrir de nuestras vidas).


Yo disfruto de escribir, sé que muchos de ustedes disfrutaban de leer, pero entre una realidad a veces difícil de tolerar y un esfuerzo competitivo por seguir en carrera que no nos deja tiempo para nosotros mismos, lo cierto es que mis cartas desde el ciberespacio deben cambiar, buscando un lenguaje, una forma, un estilo, para que los mismos contenidos les lleguen a ustedes adaptados al maravilloso y desafiante tiempo que tenemos por delante.


Pero hay otras razones que son más importantes y más graves. Estoy triste por lo que veo que le ocurre a nuestro país, y nunca quise transmitir tristeza ni pesimismo. La saga, el romance entre Patricia Paltrow y yo, no fue otra cosa de intentar mostrarles la belleza de la vida cuando transcurre con alegría, con amor, con respeto, con inteligencia y apertura mental, las condiciones para crecer como personas. Think Different, fue mi provocación de cabecera, lo que se choca con un país que marcha a un pensamiento único y regimentado.


Me había prometido a mi mismo dejar de escribir mis cartas, así como las conocen, antes de las elecciones, cualquiera fuera el resultado, aunque reconozco haberme equivocado en los pronósticos como la mayoría. Los que me conocen –que no son pocos- saben que lo que ha ocurrido no es de mi agrado, y que no soy optimista respecto a nuestro futuro. Pero debo respetarlo. Y no quiero ser yo quien lo anticipe, porque puedo equivocarme como alguna vez me ha ocurrido en el pasado. Aunque me duele enormemente ver lo que le ocurre a nuestra sociedad, a nosotros mismos. No me refiero sólo al cincuenta y pico de conciudadanos que votaron en agosto pasado a los candidatos del Kirchernismo, algunos por idealismo y honesta confianza en lo que vendrá, otros porque se sienten rehenes de planes sociales que temen perder sino votan de tal o cual manera (los miembros del famoso y sufrido cuartil inferior de nuestra socidad), y unos terceros, los que más “duelen”, por haber elegido el camino del pragmatismo, del individualismo extremo, votando más con el bolsillo que con sus propias convicciones. Como lo dijo Groucho Marx, “estos son mis principios, pero sino les gustan tengo otros”. Conozco, lamentablemente, a muchas personas de la clase media y la clase alta que han votado según estos principios intercambiables, quizá por temor a que el “síndrome de 2001” pueda volver a repetirse, por temor a una explosión, por miedo a que se repita otra vez alguna de las explosivas 5 crisis terminales que vivimos desde los años ‘70. Aunque no soy quien para juzgar a los demás, creo que se han equivocado, claro, porque si algo ha caracterizado a nuestra economía en estos últimos años es que si creció rondando 9% anual (quien lo sabe, si las estadísticas son truchas) no fue gracias a la política económica sino a pesar de ella. Más bien, “gracias a la soja, que me ha dado tanto”, gracias al viento de cola internacional, a la suma de los habitantes de China, India, algunos países asiáticos que venían del subdesarrollo y la catarata de revoluciones africanas que afortunadamente se sacaron de encima a dictadores con décadas en el poder, anhelando (y quizá lo consigan con los años) construir sociedades más igualitarias, respetuosas, y ambicionando genuinamente y con todo derecho de dejar de ser los excluidos del mundo. Y esto, en sí mismo, es una gran noticia que no debemos pasar por alto. El mundo, salvo la Argentina, camina hacia el futuro. Y los gobernantes de cualquier lugar, esos, que se quieren quedar eternamente, deberían aprender estas lecciones: que no somos eternos ni mucho menos, que la muerte nos llega como a todos, obres o ricos, poderosos o gente de la calle. Y que la sociedades, en este maravilloso y pujante siglo XXI, no está dispuesta a aceptar nuevos dictadores, aunque se vistan con el ropaje de la democracia, pero se quieran quedar porque se creen mesiánicos, imprescindibles. Nadie, amigos, es imprescindible, por suerte.


¿Cuándo se terminarán las diferencias irreconciliables?




Por otra parte, la presión favorable para la Argentina que generó un Brasil invirtiendo y creciendo fuerte, incluyendo en el consumo a más y más pobres que pasaron y pasarán a la clase media, todo lo que arrastró a la Argentina para que produjera más autos y otros productos. Ambos países, como siempre, en la contratara: Brasil creando ahora más nuevos ricos, y la Argentina ahora creando más nuevos pobres, más allá de lo que digan las estadísticas y algo que es simplemente constatable caminando por las calles de la ciudad: la miseria humano que no queremos mirar.
Y claro, no puedo dejar de mencionar al insostenible y peligroso boom del consumo interno generado por una política económica burdamente keynesiana, exactamente en momentos en que había que ser mesurados, prudentes, para construir una economía y una sociedad que fueran sustentables y en donde ese keynesianismo sano promoviera a su vez un desarrollo sano, con inclusión, y gente que aprendiera que la magia no existe, ya que la única manera de crecer es con premios y castigos, trabajando, esforzándose, y no esperando que la “teta” del Papá Estado les resuelva su vida y los convierta en gente que va por la vida eligiendo una y otra vez el camino más fácil. El facilismo, amigos y no tan amigos, nunca llevó a buenos resultados. Seguramente Keynes, desde el pargo plazo de la muerte, debe estar riéndose de quienes en la Argentina, en su nombre, construyen una economía con las semillas de su propia destrucción.


Pero también estoy enojado con parte del otro 50% de la sociedad argentina, o más bien entristecido, porque vi a empresarios callarse la boca, a periodistas con temor, a jubilados sin esperanza, a políticos de la oposición que mezquinamente fueron incapaces (no todos, claro) de tener el gran gesto de generosidad de “bajarse”, renunciar, y apoyar al mejor.


La Argentina tiene dos tipos de problemas. Unos, los problemas subestimados, que son los institucionales ¿a quien le importan esas pavadas, dicen, sin haber leído el poema de Bertold Brecht (“pero ahora vienen por mi, pero ya es tarde”). Nuestra justicia funciona muy mal (¿hay que decirlo?), nuestro Poder Legislativo se compra, se vende, se cambia, se negocia, y como Groucho Marx, tiene en general principios intercambiables según las necesidades.


Y aunque hay muchas y honrosas excepciones que prometen un cambio positivo a futuro, no han podido en este año construir una masa crítica de personas capaces de darse cuenta que sin República, sin instituciones, sin justicia, sin seguridad, sin orden, no queda ninguna posibilidad que el país avance, se desarrolle. Logrará producir y vender muchos autos, plasmas y ladrillos, generará consumidores ávidos de llegar como sea a comprar esos productos, pero si las instituciones fallan, caminar por la calle nos podrá seguir costando perder en un segundo la vida, esto es, todo lo que hemos logrado. Pasa en TNT, pasa en la vida, pasa en la Argentina.


Mi conclusión, la mía, la personal, la meditada por años, es que somos una sociedad que está fallando y mucho. No son los Kirchner ni los Menem ni los Alfonsines ni los militares ni los terroristas, solamente. Somos nosotros, todos nosotros, que nos creemos los dueños de la verdad, que manejamos con prepotencia, que rozamos la psicopatía, manejamos la culpa, manipulamos y defraudamos, además de darnos vuelta y querer estar en misa y en procesión al mismo tiempo.


Y hasta que nosotros no cambiemos, no mejoremos, no nos demos cuenta que la vida no es pragmatismo, individualismo, “nomeimportismo” y “sálvese quien pueda”, podremos seguir creciendo al 9% anual (aunque ahora ya ni eso, ya han vuelto los déficit gemelos, la inflación, las distorsiones peligrosas), pero no construiremos una sociedad con jóvenes que quieran quedarse, con viejitos que no se mueran de angustia, ni pobres muy pobres que se pelean y se matan con otros pobres muy pobres. Somos nosotros, claro, nadie más. No le echemos la culpa a nadie, como lo dice un buen amigo de Radio el Mundo.


Tenemos que cambiar, así de simple, tenemos que dejar de ser un jardín de infantes, adolescentes tardíos, y convertirnos en hombres y mujeres en serio. No hablo de todos, sino de muchos, claro. Al que le quepa el sombrero, que se lo ponga. Esa es la próxima tarea, demorará años, no días, no semanas. Quizá generaciones. Ese es el trabajo que haré, porque no sé si lo dije, pero no me iré de la Argentina, más allá de las caritas seductoras de Paltrow para que me vaya a vivir con ella a su apto de Parkaveniú…




Me queda la palabra



Eso es todo, amigos, estas son las razones por las que esta es la última carta de esta serie de amigables y entrañables palabras que en estos 7 años les fui enviando, gratuitamente, a ustedes, por el solo placer de hacerlo, para devolverle a mi país todo lo bueno que recibí a lo largo de una vida que considero feliz y afortunada, y que seguirá siendo de la misma manera hasta el último aliento, hasta que pierda la pasión.


Les agradezco a todos. No voy a hacer nombres porque sería una lista inacabable y temo olvidarme de muchos. No sé a cuantas personas les llegaban mis 3000 cartas semanales enviadas por Internet, ya que muchos las reenviaban a sus amigos y estos a otros, y porque mis amigos de la Fundación Atlas (a quienes leen miles de personas) las replicaron casi sin excepción durante estos años. Y les agradezco también a algunos pocos y honorables empresarios, que, también, me apoyaron cuando los necesité, aunque fueron pocos, hay que decirlo. Nuestros empresarios no nacieron de un repollo, son como el resto de nuestra sociedad: son demasiado pragmáticos y acomodaticios, tanto que no siquiera conocen sus propios intereses. Tanto que serían capaces de venderle la soga a las hordas de desaforados, resentidos y odiadores seriales que quisieran colgarlos en una plaza pública por creer en el capitalismo.


Tengo la conciencia tranquila. Me puedo mirar en el espejo con un poco de orgullo, aunque estas últimas palabras puedan sonarles tristes. No sé cuantas personas pueden decir lo mismo, en un mundo en que todos “se la creen” y dan cátedra y no dejan hablar a los demás porque creen haber nacido sabiendo más que los demás. Hay algo de tristeza, sin embargo: he fracasado, quería ayudar a construir una Argentina mejor y hoy no lo es, todo lo contrario, aunque haya más celulares, plasmas, ladrillos y autos.


Les pido perdón a los que he ofendido sin querer, no suelo hacerlo, no es mi estilo, pero debo hacerlo, y de corazón.


Por último, está conmigo Patricia Paltrow, la mujer de Niúiork Niúiork, la banquera de la Calle de la Pared, con quien nos divertimos y nos amamos mientras yo hacía estas cartas y ella me ayudaba con su particular estilo seductor que siempre me desconcertaba con sus ojitos de colores, sus camisas blancas, sus short de jean siempre agujereados en el lugar más tentador, sus cabellos al viento a veces rubios y a veces castaños (nunca sabré cuál es su verdadero color). Y sus pies generalmente descalzos y juguetones, con o sin las sandalias que se compra siempre en el Gucci de la 5° Avenida, justamente para volver locos a los hombres y hacerles perder la calma.


Ya ven, esto no termina, nada termina, seguiremos conversando como antes, con menos tiempo pero con la misma amistad. Y con un objetivo diferente; ya no hablar de economía, ni de política, sino del esfuerzo que deberemos hacer cada uno para ser mejores personas, independiente de lo que hagan los demás. En una sociedad de caníbales, les propongo no comernos a los caníbales y convertirnos en uno de ellos.


Gracias por seguirme, por pensar diferente o parecido, por apoyarme en todos estos años y por alentarme a seguir adelante.


Ahora sólo me dedicaré a Patricia Paltrow y a otras cosas dulces que hace una personita a la que quiero mucho.
http://algodulceporfavor.terapower.net/


Les pido a todos los que quieran seguir leyendo mis reflexiones políticamente incorrectas que lo hagan a través de Tiwtter, el nuevo lugar desde donde me comunicaré al estilo del Siglo XXI….


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¿Te animás a crecer y a cambiar?


Un abrazo, y hasta la Victoria Secret…


El Hombre Electrónico
(políticamente incorrecto)