crecen los nuevos pobres
Progresistas sin progreso
Hola gente, amigos y no tan amigos. Un poco jugando, un poco trabajando, un poco haciendo la vida bonita, Patricia Paltrow me bombardea enviándome a cada rato mails a mi dellcompiuter con la que les escribo esta carta, mensajes de texto o de voz a mi celular y, de paso, fotos y otros mensajes sutilmente provocadores que llegan casi mágicamente aquí o allá (fotos de ella o del mundo, que toma desde el yelowcab cuando va desde su depto en Park Avenue hasta la Calle de la Pared, en el espejo del ascensor, en el tocador, en cualquier lado. Todo desde su nueva Blackberry de frambuesas (que pronto será vieja, cosas de la insaciable revolución tecnológica). También se saca fotos de su lindo cara mientras va y viene por la oficina, comprando y vendiendo, entre otros países o empresas emergentes, acciones del Citigroup, hoy por hoy la acción más negociada del S&P 500 hasta el punto que el furor ha llevado a que alrededor del 30% de las acciones compradas y vendidas en estos días correspondan a ese banquito cuya acción acaba de sobrepasar hacia arriba por primera vez en meses el “ridículo” precio de 5 dólares, viniendo de 50 dólares hace unos años, pero de nada más que 1 dólar hace apenas unos meses, cuando todos decían con absoluta seguridad que el imperialismo norteamericano estaba al borde mismo de la caída y que la economía de los Estados Unidos estaba por sufrir otra crisis tamaño año ’30. Y aunque nadie puede asegurar que se trató de una simple V corta que ya pasó, o una W riesgosa que podría contraatacar, queda claro que ya no será una L. Como lo dice Paltrow a cada rato, “el capitalismo tiene los siglos contados”, repitiendo su bonita frase que se copió un día del diario El País de España. Y del dólar vis a vis el resto de las monedas, lo mismo, los pronosticadores del Apocalipsis siguen diciendo que llegó la decadencia del billete americano y que hay que comprar rimimbis, euros, yenes o hasta reales. “Que le pregunten a la libra esterlina, la moneda del impero anterior”, se ríe Paltrow cuando escucha esos comentarios tan poco profesionales, escritos más bien por expertos inconscientes que sueñan sin saberlo con que una ola Tsunami se lleve puesto a aquel país tan odiado, admirado y envidiado al mismo tiempo. Y aclara: “Claro, gordito, pero que el Tsunami no se lleve ni a Niúiork ni a Miami, plis, y menos a West Palm Beach, ni a California somnolienta, ni a los Hamptons, ni a las maravillosas Boston con su Harvard, ni a Aspen con sus esquíes, ni al Gran Cañon ni a la Clínica Mayo o la Cleveland, y menos aún al emaiti (MIT), para poder soñar con ir a pedir una segunda opinión si se enferman o enviar a los chicos a estudiar cuando crezcan”. Y se ríe, claro. Se divierte con los argies medio esnobs que juegan a ser progresistas y luego se llevan los chicos a jugar a la montaña rusa en Disney.
Capítulo I, cuando crezca quiero ser una Ferrari
En la cuadra adonde vivo había antes un viejo Fiat Spazio, chiquito, un modelo de los malditos años noventa, jeje, con una leyenda inmensa en la luneta trasera que decía “cuando crezca quiero ser una Ferrari”. Nunca me crucé con el dueño del auto aquel, pero ya el tipo me caía simpático por pura intuición. Tenían ambiciones sanas, no era un típico argentino siglo XXI pos-crisis de 2001-2002, no era un resentido, no era un perdedor, y aunque no sabré nunca si alguna vez llegó a tener su Ferrari soñada o a él también se lo llevó un Tsunami, lo que queda claro es que el tipo iba a contramano de la Argentina actual, claro, quería ser un ganador y no le daba vergüenza reconocerlo, en un país que mató al ascenso social a fuerza de progresismo de palabras, no de hechos, condenando a millones de personas que, hoy por hoy, revistan en la patética categoría de “nuevos pobres” que acumula este modelo productivo industrial, nacional y popular, o como lo llama el Diputado de la Coalición Cívica, Fernando Iglesias, el modelo de los “Nac&Pop”, con mucho humor, sarcasmo y agudeza a la hora de hacerle la “autopsia” al llamado modelo heterodoxo, industrialista o neo-desarrollista tan publicitado hoy por los Kirchner, tan lejos de la modernidad y tan amantes de promover –otra vez- aquellas industrias infantiles que se han negado a crecer una y mil veces en las últimas décadas, pese a promociones, dólar alto y recontra-alto y tantas estrategias mercado-internistas que ni se habían dado por enteradas que lo que venía hacia delante era la globalización, una revolución tecnológica de proporciones épicas y un mundo lleno de riesgos, pero también de oportunidades.
Ante todo, un dato que pasó desapercibido para casi todos, menos para mi amigo Ernesto Kritz (director de la Sociedad de Estudios Laborales, SEL). En esta semana agitada el ministro de Economía Amado Boudou, seguramente con las mejores intenciones, presentó junto a la cadena de hipermercados Carrefour una canasta nutricional económica para una familia tipo casi igualita a la mítica canasta de alimentos del Indec. Ernesto, claro, se puso a mirar los datos, descubriendo un acto fallido de proporciones también épicas: que esa canasta, muy similar a la del INDEC, cuesta nada menos que 41% más que la que declara que vale este organismo que, hoy por hoy, es propiedad privada del gobierno nacional….
Un psicoanalista, por mucho menos que esto, habría llamado a este lanzamiento bienintencionado un auténtico “sincericidio”. Es lo que fue: una confesión implícita, un acto fallido, que demuestra sin duda que pese a lo que digan los funcionarios acerca de la pobreza en la Argentina, si a esta se la calcula en base a los inflación real (no la del Indec, claro) y con precios reales de productos como los publicitados por el ministro de Economía y Carrefour, la pobreza en el área metropolitana de Buenos Aires (ni hablar del interior del país o en los famosos cordones del conurbano) abarcaría al 31,5% del total de la población, contra un porcentaje de entre 15 y hasta 23% sostenido por diversos hombres -o mujeres- del gobierno, oficial o extraoficialmente.
Como lo sostiene Kritz en su trabajo, “el ministro de Economía parece reconocer, al menos implícitamente, la subestimación de los precios y la pobreza”.
Capítulo II, progresismo sin progreso, o modernizar no es industrializar
A veces vuelvo a casa al atardecer, en ese momento del día en que las luces de la ciudad no se han encendido, pero ya está lo suficientemente oscuro como para ver bien. Frecuentemente, me cruzo con algún cartonero con su carromato, muchas veces van por la calle, al costado de los autos estacionados, a veces van en la misma dirección, a veces en dirección contraria, y siempre me pregunto cuándo ocurrirá (si es que ya no ha ocurrido) alguna tragedia entre un automóvil (yo manejo muy atento a este tema porque es un peligro) y alguno de aquellos transportes de tracción a sangre, sangre humana, claro está. Como titularía el viejo Ambito de Julio Ramos y Roberto García, Gravísimo I.
Supongo que a muchos de ustedes les ocurrirá lo mismo. Sin entrar en detalles, en realidad la verdadera tragedia es la misma existencia -en los principios del siglo XXI- de este fenómeno urbano íntimamente relacionado con algo peor que le viene ocurriendo a nuestro país, con altibajos: otra vez se detecta un aumento inquietante de quienes están por debajo de las líneas de pobreza e indigencia.
Para los que tenemos la suerte de poder viajar, incluso por países vecinos, por Brasil sin ir más a lejos –y las cifras así lo confirman-, mientras en la Argentina hay nuevos pobres e indigentes, en nuestro país vecino, los pobres están saliendo poco a poco de esa situación, aunque nos cueste reconocerlo de puro envidiosos. Allí hay menos miseria, y aunque hay pobreza, hoy la llamada clase media, que en la Argentina se está reduciendo hacia abajo, en Brasil está aumentando hacia arriba, y ya abarca a nada menos que 86 millones de personas de la llamada clase C (veasé la carta desde el ciberespacio número 185, del 21 de agosto de 2008, llamada “La clase media no va al paraíso”, en la Argentina, claro).
Y hay una tragedia mayor aún, que muchos argentinos que se dicen “de centro”, o centro de izquierda, humanistas, buenos tipos seguramente, han llegado a convencerse y a sostener que ser cartonero puede ser un trabajo digno, ignorando que revolver basura está en la base misma del retorno a la Argentina de algunas de las enfermedades y plagas que el país creía haber superado (no sólo hablo de categorías sociales, sino médicas). No es digno, no es sano, no es un trabajo. Es otro engaño típico en que nos metemos los argentinos para dormir tranquilos.
Iba pensando en eso mientras caminaba el otro día por el Solar de la Abadía, ya que quería comprarle un libro a Patricio Villanueva, un gran médico que es a la vez un gran amigo que cumplía años, y de repente ví el nuevo libro de Fernando Iglesias, un hombre a quien no conozco que no debe tener nada pero nada que ver con el recordado Herminio Iglesias, más aún, está en sus antípodas. Pero el tipo me llamó la atención por sus intervenciones en el Congreso (es Diputado de la Nación, ya lo dije) y por sus entrevistas televisivas. Cuando vi su libro entre tantos, “Qué significa ser progresista en la Argentina del Siglo XXI” se lo compré sin dudar a mi amigo, de entrada me impactaron tanto el tema como el título, desafiante. Con lo que me quedé con ganas de leer el libro y se lo pedí, de caradura, al Iglesias en cuestión (no a Herminio, claro), quien me lo envió muy amablemente.
Amigos y no tan amigos. Yo no soy un crítico de libros, y estas cartas no pretenden serlo, sólo puedo decirles algunas cosas que me impresionaron de este trabajo que personalmente es un hallazgo, que se deja leer a quienes son curiosos y tienen la cabeza abierta, que no pueden perderse quienes tienen más ideas que ideologías, ni quienes son buenos, ni quienes se hacen los buenos, ni quienes rezan, o quienes ya no rezan, quienes se quejan, quienes sueñan con un mundo mejor, quienes piensan en el futuro de sus hijos en la aldea global cuando ven que la adolescencia se alarga y piensan que los adolescentes actuales nacieron cansados, quienes se preguntan si es grave que los chicos prefieran navegar por Internet a estudiar geografía, quienes están confundidos con tanta ideología de derecha o izquierda, nacional versus global, popular versus populista, modernizadora versus industrializadora a la vieja usanza desarrollista que ya fue.
“Qué significa ser progresista en el siglo xxi”
Hay sin embargo algunos temas centrales del libro que no puedo dejar de mencionar por la lucidez de Iglesias a la hora de analizarlos. Uno de ellos es la frase del libro que le prestó el título a esta carta: “progresismo sin progreso”, parece un juego de palabras pero no lo es, es la demostración más clara (y en el libro se explica este hecho con profusión de datos y señales aquí y allá) que en esta Argentina hipócrita, ambigua, callada, que mira para otro lado, anestesiada, ensimismada y angustiada, el discurso progresista con que se llena la boca buena parte de la gente, dirigentes y dirigidos, militantes y ciudadanos, políticos y señoras gordas o flacas de gym (devenidas en “como ser Moderna y Light con cama afuera”), médicos y pacientes, alumnos y profesores, lectores de Zygmunt Bauman o de Paulo Coelho, etcétera, etcétera., es un discurso para mirarse en el espejo y admirarse, pero nada más y decirse qué bueno que soy y acariciarse a uno mismo, pero nada más.
La Argentina del progresismo que tanto usan y declaman los dirigentes argentinos, en verdad, no existe, el país viene en declinación, y no por culpa de los Kirchner solamente, sino desde bastante antes (basta ver las cifras del PIB por habitante para una serie larga), viene en decadencia, viene retrocediendo, pese a que el discurso oficial habla todo el tiempo de palabras bonitas como crecimiento, desarrollo, industrialización, riqueza, boom exportador, superávit gemelos (el fiscal desapareció en estos meses, y el comercial se mantiene con fórceps y por la recesión, entre otras razones). Por si quedan dudas, “creer que los Kirchner son la causa del fracaso, cuando son sobre todo su consecuencia, es creer en la falsa premisa que llevó a la Argentina a la encerrona de 2001, derivada de pensar que toda la culpa la tenia Menem”, explica Iglesias, desafiante, ya en el prólogo de su libro.
Pero cuidado, a no confundirse, esta no es una defensa de Néstor y KriKri, y menos de alguien que viene de la Coalición Cívica de Elisa Carrió, todo lo contrario, es apuntarle al centro del problema, que no es otro que un país que habla de progresismo y sólo vive en el pasado, repitiendo una y otra vez sus mismos errores, como un Zombi, en esta ocasión volviendo (o tratando de volver otra vez) a los años cincuenta o setenta, para huir despavoridos de los supuestamente malditos años noventa.
En este sentido, hay que decir que el libro tiene un fuerte toque antipejotista, o antiperonista, y este es otro tema que el país no debiera dejar de lado, sino debatir, pero debatir en serio y respetuosamente, y no como en los diálogos de mentiritas propuestos por el oficialismo luego de perder ferozmente las elecciones del 28 de junio pasado. Si el supuesto peronismo de Kirchner es diferente o igual al peronismo llamado “Disidente” no es una pregunta menor, aunque muchos tildarán a esta premisa de Fernando Iglesias (igual a la que sostuvo la Coalición Cívica y el Radicalismo en las elecciones pasadas) de equivocada, o peor, de gorila. El tiempo dirá quién estaba equivocado, aunque en el medio estas disputas “internas” y externas en la oposición le han costado mucho a la sociedad y le han regalado mucho espacio a un kirchnerismo en supuesta o real decadencia. Habría que pensar que no sólo el peronismo, o parte de él, se dice progresista pero vive en el pasado nacional, popular e industrialista, sino que a la gente de la otra oposición también le ocurre algo parecido.
El segundo tema del libro, que no es un detalle, es esta idea equívoca que el monopolio del progresismo lo tienen los “hombres buenos” y sensibles de la izquierda, ya que los hombres de derecha serían “malos y egoístas” por definición, que pensarían sólo en ganar plata. Iglesias, que se define como un tipo de izquierda, un socialista moderno, modelo siglo XXI, más global que nacionalista, más amante del software que de la industrialización (una especie de fisiocracia del siglo XXI, que en vez de proclamar el desarrollo del campo promueve el desarrollo de cualquier industria a cualquier costo y precio), tiene algunas frases realmente audaces y sin prejuicios sobre este tema.
“Como persona de izquierda no puedo, pues, menos que señalar que acusar a alguien de ser de derecha no es ser de izquierda, sino ser intolerante y antidemocrático, una conducta despreciable que forma parte de este estalinismo débil que se ha instalado en la Argentina y por el cual ser de izquierda es ser nacionalista, populista, y llevar a la práctica todos y cada uno de los principios que constituyeron la quintaesencia del desastre estalinista: el culto a la personalidad, el partido único, la estatización disfrazada de socialización….el industrialismo delirante, la persecución de la prensa y los opositores y la concepción de los adversarios políticos en términos de enemigos del pueblo”.
El tercer tema central del libro de Fernando Iglesias es que hay un modelo económico subyacente, que surge de una crítica desde el siglo XXI y de la modernidad real, no la soñada, a la industrialización provinciana, a los nacionalismos de encerrona, a los proyectos autárquicos que sueñan con “vivir con lo nuestro” en un mundo en que la economía y los juegos de suma cero han demostrado teórica y matemáticamente que en la globalización uno más uno puede ser más que dos, en la medida que la productividad media de las economías aumenta cuando hay una genuina especialización internacional del trabajo (opuesta a las teorías del intercambio desigual y otros resabios nostálgicos inventados para echarle la culpa a los países modernos y abiertos de la propia inestabilidad y falta de crecimiento, eso que en los discursos los políticos justifican a los llamados des-poseídos, eludiendo responsabilidades y acudiendo al facilismo de echarle la culpa al “afuera” de todo lo que pasa adentro.
Hay más, mucho más que me hace recomendar este libro pese no ser comentarista ni crítico de libros, y pese a mis disidencias, a los desafíos y a las polémicas que genera, o gracias a ellas. En el epígrafe del comienzo, Fernando Iglesias toma una bella frase del Presidente de los Estados Unidos, Barack Obama: “el mundo ha cambiado y nosotros debemos cambiar con él”, escribe, demostrando el espíritu de crecimiento interno que propone. En otra parte del libro, que también tiene su dosis de sarcasmo e ironía divertida, Iglesias describe un día en la vida de un político argentino nacional y popular (Nac&Pop) sin desperdicios, que no suele faltar en el discurso aburrido de cualquier político argentino que se dice progresista y que en realidad es un viejo político conservador, populista y demagogo (y porqué no decir antidemocrático). Se trata de un buen manual de instrucciones que parece sacado de los programas de TV por cable, de esos por donde transitan los desconocidos de siempre con su cassette a cuestas, para ponerle play cuando hace falta.
Por último, la apelación a la inteligencia y el crecimiento que Iglesias define como “la economía de base software”, por contraposición a la economía de los fierros, o la economía del hardware, en donde queda claro que el camino del crecimiento pasa por el desarrollo de la inteligencia en todos los ámbitos, pasándose de la industrialización de enclaves y armadurías (esos viejos industrialistas antidiluvianos y neo-desarrollistas, como los llama Iglesias), a aquella en que la Argentina es competitiva sólo en determinados segmentos o clusters elegidos y especiales, que van desde el campo a la industrial el turismo, los servicios de todo y tipo y todas las actividades en que el país tiene auténticas ventajas comparativas y competitivas innegables y muchas veces castigadas por no entrar en el molde, o el modelo teórico. Lo que propone aquí Iglesias no es saltarse la industrialización, sino apuntar al desarrollo de actividades de todo tipo con base en diseño, creación, inteligencia aplicada, todo lo que es “del software”, todo lo que sea neurona-intensivo, algo que a los argentinos parece dársele bastante bien a nivel individual, aunque cuando se trata de trabajar en equipo parezcamos los tres chiflados. Aquí, la revalorización de un prócer en serio, como Domingo Faustino Sarmiento, a quien Iglesias rescata por su valorización del conocimiento y la información a la hora de la enseñanza y el aprendizaje.
Eso es todo, no se si se notó pero el libro me pareció estimulante y desafiante, en un país en donde cuando uno “da vuelta“ a alguien y lo sacude no se le cae ni una idea (jugando con la frase), y tampoco una moneda porque no se consiguen, vaya uno a saber porqué razón increíblemente subdesarrollada.
Nada más, me atrasé, un abrazo, y hasta la Victoria Secret.
El Hombre Electrónico
(políticamente incorrecto)
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