Mientras en Brasil aumenta la clase media, en la Argentina disminuye…
Nuevos ricos versus nuevos pobres
Hola gente, amigos y no tan amigos. El mes pasado estábamos esperando en el aeropuerto de San Pablo con Patricia Paltrow para tomar nuestros respectivos aviones, ella se volvía a Niúiork, Niúiork, como dice ella, y yo a Malos Aires, como dice también ella, luego de la nube de humo, luego del polvo de Volcán, luego de la nevada del año pasado y el anterior hiper-granizo que dejó mi auto casi nuevo como la otra cara de la luna. Y, como si faltara algo, con el clima de mal humor, casi eléctrico, en que sobrevivimos los habitantes de esta maravillosa ciudad, ante la anomia reinante. Estábamos haciendo tiempo, sentados en una mesa de un Burger King o un Pizza Hut (cuando está conmigo ella, la rubia auténtica que se tiñó los rulitos de oscuro sólo para llevar la contra a la manada, desciende a las clases medias y su delivery-fastfood-style). De repente se levantó y desapareció, sin avisarme. ¿Me abandonó finalmente, me pregunté, ante el desprestigio que significa para una banquera de la Calle de la Pared ser la namorada de un vulgar argie, siempre incorregibles, prepotentes y enojados? No lo sé. Ella se hace la frívola, pero no lo es. En los minutos que estuve allí solo, cavilando sobre esas pavadas, se me acercaron dos personas muy amables, una era una mujer muy bonitiña que se puso a conversar conmigo por el simple placer de hablar (algo así entendí porque mencionó la palabra “placer”), otra fue un joven inglés al que por las dudas preferí no entenderle nada. Al final volvió Tweety (a veces le digo así, cuando coquetea conmigo estilo “he visto un lindo gatito”). Tenía un regalito para mi (una colonia Acqua, que luego descubrí muy suave y con olor a Brasil (ya sé, me van a preguntar cómo es el olor a Brasil, es lindo, agradable, seductor)) y unas revistas para leer mientras esperábamos que nos llamaran a nuestras respectivas Gates (ella se iba primera, claro, organicé todo especialmente para que no tuviera que estar solita corriendo el riesgo de quedarse Lost in Guarulhos, ni de cruzarse con algún doble de Viktor Navorski).
Las revistas eran la Caras (en su versión Brasil, con muchas más páginas, más vistosa, más sofisticada, con temas menos frívolos y mejor impresa que su versión argentina) y Veja, una de las más tradicionales del gran país del norte, ese del “ordem y progresso” en el escudo nacional. Obviamente ella se puso a leer Veja y yo a mirar Caras, justamente no por las caras, sino porque ya saben que soy un poco frívolo, tanto que cuando desayuno en casa enciendo el televisor para mirar el canal Fashion TV y protegerme de cualquier contaminación ambiental cuando me estoy despertando. Es mi sistema de preservarme de las mentiras estadísticas del gobierno, claro.
Paltrow-Tweety, que habla portugués mejor que yo, e inglés, y francés idem, me mostró la tapa de Veja mientras me tomaba fuerte mi mano, como siempre (¿tendrá miedo de que me escape? “Mirá flaquito –me comentó-, estas son las consecuencias económicas y sociales de ser un paraíso de inversiones de corto y de largo. En los últimos dos años en Brasil se incorporaron 20 millones de nuevos habitantes pobres a la clase media… …¡20 MILLONES, GORDITO!...Igual que en la Argentina (risas, para no llorar). Eso es redistribuir el ingreso en serio y no ilusionar ni delirar con el tema…”. Yo miré la tapa (cuya foto está escaneada al principio de esta carta, para que no crean que estábamos bajo los efectos de otra caipirinha) y miré sus ojitos azules, casi celestes, con un poco de tristeza, al final ella también es argentina y le duele ver cómo nuestro país sigue siendo un perdedor serial de oportunidades maravillosas, el único país del mundo que de una oportunidad hace una crisis, como suele decirlo Enrique Szewach, el evaluador. Y recordé una frase que me dijo mi importante amigo llamado Ernesto (Kritz, no Oscar Wilde, claro), el más serio economista laboral de la Argentina, de paso: “Hay casi 4 millones de pobres y dentro de ellos un millón y medio además son indigentes, y aquí siguen insistiendo con que sigue bajando la pobreza…”. Me dije que cuando llegara a Baires leería su última Newsletter de marzo, que me llegó justo cuando me subía al avión de “Varigi”. Pero eso ya es el pasado, las cosas ahora han cambiado: Brasil es Investment Grade, además de todo, mientras la Argentina sigue subiendo escalones con su riesgo país. Qué envidia sana (¿existe la sana envidia?).
Capítulo I, pobres los pobres argentinos
Siempre me pregunté qué sentirá una persona que se encuentra por debajo de la línea de pobreza (el 30,3% de la población argentina hoy está en esa condición según las mediciones privadas serias) cuando el (o la) Presidente/a de su país, entre otras autoridades, les dicen por Atril Nacional que estamos mejor, y que la cantidad de gente que está por debajo de la línea de pobreza sigue reduciéndose, al igual que quienes están por debajo de la línea de indigencia (los superpobres, digamos). Ello ocurrió de hecho, otra vez, es lunes pasado, cuando Cristina Kirchner anticipó en base a datos que seguramente le brindara el Indek (aunque no fueron publicados por ahora), que sólo 20,7% de la población se encuentra por debajo de la línea de pobreza y “solo” cerca de 7% de la población, o algo menos, están por debajo de la línea de indigencia, contra 10% según las estimaciones privadas. Una pequeña diferencia, 10 puntos respecto a las investigaciones privadas más serias, lo que significa una diferencia de algo menos que 4 millones de personas entre la medición oficial y las privadas cuando se habla de pobreza, nada más, nada menos. ¿Qué diría el ilusionista de esto?
Pero no puedo imaginar qué sentirán estas personas, será que no tengo imaginación, sólo se me ocurre pensar que ante todo se acentúa la desconfianza ya existente en el gobierno (que no es poca a esta altura), cuando escuchan azorados la cataratas de estadísticas dichas con seguridad y sin pestañear por su presidenta, en base a datos que muchos intuyen falsos, pero para las cuales no tienen los conocimientos técnicos para poder interpretarlos, y menos aún para cuestionarlos. Pero sospecho que ya ni la escuchan, porque saben que su bolsillo, ese sí, no les miente sobre la situación real.
Es grave, cómo será de grave que el Jefe de Gabinete Alberto Fernández estuvo con cerca de 40 grados de fiebre en los días pasados por alguna enfermedad, pero como no hay termómetro porque él mismo gobierno lo rompió, a lo mejor tenía 38 grados, o a lo mejor 42 grados. No es un detalle a la hora de diagnosticar qué le pasaba al pobre Fernández número 2, para saber si había que darle antibióticos o sólo reposo absoluto porque tenía un simple virus. Esperemos que tenga un buen médico que sepa diagnosticarlo bien, condición necesaria para saber curarlo.
Para los expertos el tema es sencillito, ni hace falta aclararlo demasiado: los índices de pobreza (e indigencia) se miden en base al costo de una canasta básica de alimentos, cuyo valor total varía de acuerdo a los precios reales que se tomen como referencia en los comercios. Si se toman los precios que declara el Indek (con una inflación en el IPC que oscila en 8% anual aproximado), se deduce que más gente estaría en condiciones de comprar esa canasta básica. Pero si se toman los precios reales de estos productos, que hoy son bastante más caros (con una inflación real de por lo menos 25% anual contra el 8,5% declarado oficialmente), hay menos gente que puede adquirir esa canasta básica. La pregunta del millón es porqué en los altos niveles del gobierno nacional se insiste en sostener que los cálculos del Indek son los correctos, cuando 9 de cada 10 argentinos (mínimo) ya saben que esa no es la realidad. ¿Será que la Presidenta sabe que sus números son falsos pero trata de ganar la batalla, al menos mediáticamente? ¿O se trata que la Presidente cree ella misma que las cifras que sostiene en sus discursos son buenas, pero hay una conspiración contra el gobierno? Dicho de manera simple, ¿se engaña a ella misma o nos quiere engañar a nosotros? La diferencia no es trivial, y es muy peligrosa. Es la diferencia entre una persona que percibe la realidad como es y quien imagina una realidad mejor y sueña, como consecuencia, con enemigos inexistentes. Es la diferencia entre vivir en la realidad o fuera de ella. “Un psicoanalista a la derecha”, como diría Raúl Alfonsín en el medio de sus discursos.
Lo concreto es que el grafico que sigue, realizado por Ernesto Kritz, director de la Sociedad de Estudios Laborales, revela que, hoy por hoy, la pobreza se encuentra en la Argentina otra vez por encima de 30% de la población total, luego de varios años en que este mismo indicador viniera cayendo de manera alentadora, desde el 54% registrados hacia 2003, en lo peor de la depresión económica. Y está aumentando otra vez…
Fuente: Sociedad de Estudios Laborales, Newsletter marzo 2008
La conclusión es pavorosamente simple: en la Argentina hay más pobres otra vez, y menos clase media, que adicionalmente son nuevos pobres ya que antes no lo eran. ¿Será el famoso “crecimiento empobrecedor”?. No lo sé. Sólo sé qué difícil se ha hecho ser ministro de Economía en estos tiempos. A Lavagna lo echaron por pensar diferente. A Felisa la encontraron escondiendo dólares en el baño (¿se preparaba por la corridita de estos días?). A Peirano lo renunciaron por querer darle órdenes a su secretario de Comercio Guillermo Moreno, ¿a quién se le ocurre? A Lousteau por hacer lo que le pidieron que haga (“pibe, ¿decinos cómo cubrir la brecha fiscal?). Y al Fernández nuevo le trataron de robar en el conurbano –ayer nomás- cuando llegaba a su casa. Fue una forma de verlo por televisión, ya que ni sabíamos adondde estaba (¿preparando un paquete para el 25 de mayo?). Total que el verdadero ministro de Economía es Néstor Kirchner, entre otros cargos virtuales que tiene para llenar sus horas libres. ¿Hay alguna duda con lo crispada que está la economía?
Capítulo II, Brasil y su nueva clase C (clase media)
Llamaron para embarcar a los pasajeros a Nueva York de Américan Airlines. Paltrow, vestida con sus jeans fifth avenue, unas sandalias chatitas que mostraban sus minipiecitos producidos seductoramente, una remera que hacía juego con sus ojos y no mucho más que eso porque se volvía a la primavera del primer mundo (ah, y una carterita Louis Viutton color cuero crudo que seguramente no era una réplica trucha de las que se venden por aquí) se acercó y me besó suavemente, y se abrazó delicadamente, y viceversa, claro. Vi una lagrimita y se bajó femeninamente los anteojos de los rulos para esconderla, y a mi se me mojaron un poco los ojos, como siempre, soy un lloronito, ya lo saben. Pero a ninguno de los dos nos gustan las exhibiciones públicas, pese a que en Hollywood siempre las escenas felices ocurren en los aeropuertos. Ella se fue para su Gate y yo esperé otra hora hasta embarcar a Buenos Aires, un poco triste. Ella me había dejado la revista Veja, y me senté a leerla en un sillón cómodo del aeropuerto. Lástima. Me dio un ataque de envidia, y todavía en Brasil no se había descubierto la segunda cuenca petrolífera off-shore ni S&P había calificado de Investment Grade a aquel gran país del norte, que sólo por tener un lugar como Ilhabela se merece el Oscar al turismo.
Los datos son implacables, felices, alentadores, uno no puede menos que alegrarse por los simpáticos brasileños, más alegres que los tangueros argentinos, más respetuosos de las leyes, los superávit, las instituciones y las otras personas. Y sus mujeres menos gataflóricas, de paso (si, ya sé, este comentario políticamente incorrecto me va a causar el enojo de algunas amigas y el aprecio de muchos amigos y hasta no tan amigos).
Nota revista Veja, abril de 2008
Hoy por hoy la clase C, la nueva clase media brasileña (¿se acuerdan cuando criticábamos a Brasil por tener sólo muchos pobres y pocos ricos, mientras que nosotros éramos europeos, cultos, mejor redistribuidos y más exitosos?) se compone de un 46% de la población total (algo menos que 180 millones de garotos, garotas y garotitos). En concreto, 82 millones de personas, de las cuales sólo en los últimos 2 años se incorporaron unos 23 millones de esta cifra, gracias al Presidente Inacio Lula da Silva, en su segunda presidencia, un hombre progresista en serio, no de la boca para afuera, como lo demuestran los números (los guarismos, que queda más solemne). Según la revista Veja, 20 millones de aquellos provienen de las clases D y E, los pobres y los superpobres, gracias a la estabilidad económica, a la popularización del crédito y a los programas sociales del gobierno (que no se llaman Jefes de Hogar ni Trabajar).
Esa gente de la Clase C es la que compra 4 de cada 10 computadoras que se venden en Brasil, posee 4 de las cada 10 líneas de teléfonos celulares. Esa gente es la que compró 70% de los departamentos y casas financiados y 34% de ellos tienen un “carro na garagem”. Y 7 de cada diez créditos emitidos se destinan a los consumidores de la clase C. Una de cada 3 personas Clase C tienen cuenta bancaria. ¿Sigo? Uno de cada cinco tienen una computadora y uno de cada veinte acceden a Internet por banda ancha. Vean la página de abajo, que incluye datos sobre educación, un capítulo importante para esta sociedad que viene creciendo sin prisa pero sin pausa, aceptando las inversiones extranjeras, seduciendo capitales y teniendo buenas relaciones económicas, políticas y diplomáticas con casi todos los países del mundo, sin por ello haber dejado sus ideas y la firmeza de lado, que es toda una política de Estado. Nada de relaciones carnales, ni con los EE.UU. ni con Venezuela, sino relaciones amistosas con todo el mundo, no sé si fui claro. Y van por más: lo que quieren ahora, lo que ambicionan, es comprar más electrodomésticos, decorar mejor su casa y comprar muebles, cambiar su celular por uno nuevo, hacer turismo. Y seguramente, aunque no lo dice la revista Veja, ser felices y tomarse pacíficamente una cahipirinha con camarones en alguna playa, y bailar, claro.
Un dato más: hoy la clase media brasileña, la llamada clase C, es más importante (en número de habitantes) que las clases D y E, con 39% de la población total. En la Argentina todavía “zafamos”, aunque no sé si por mucho tiempo: 30,7% de la población se encuentran en las clases D y E, aunque quizá en esta clasificación los porcentajes no sean del todo equivalentes ya que se trata de mediciones diferentes. Es sólo una aproximación.
¿Cuál es la conclusión? Sencillita, está sugerida en el título de esta carta: la Argentina hoy tiene más pobres que hace un año y medio, luego de una recuperación luego de la hipercrisis de 2002, y se trata en muchos casos de pobres que vienen de la ex clase media argentina, que se ha “popularizado”. Brasil, contrariamente, tiene hoy menos pobres y más “ricos” de clase media (para cada uno de estas personas que vienen de la pobreza, pasar a la clase media es algo así como empezar a ser ricos. En la Argentina tenemos nuevos pobres, ellos tienen viejos pobres que están mejorando año a año su situación económica y social. Como decía el cartelito de la luneta de un Fiat Spazio: “cuando sea grande voy a ser una Ferrari”.
Días antes íbamos en auto por Sao Pablo con Pato, mirando las famosas favelas tan criticadas por los argentinos, agrandados como somos, y ella me hizo una sencillita reflexión, dejando de lado la innegable violencia urbana de todas las grandes ciudades: “Gordito, hombre electrónico, dulce, aquí hay verdadera pobreza, mientras que en la Argentina lo que hay ahora es miseria”. Y me tomó la mano, se bajó los anteojos desde los rulos hasta los ojitos, y ya no dijo nada más. Yo pensé en los cartoneros revolviendo basura, y me pregunté si allí habría algo parecido, pero no, no lo ví, sólo descubrí favelas con antenas de direct tv, mucha humildad, y bastante orden y progreso.
Esto es todo por hoy, me voy a tratar de conseguirme una Guaraná.
Un abrazegem, abraziño, abrazao, no sé como se dirá.
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