La realidad desnudó al relato



Carta desde el Ciberespacio 293, del 10 de diciembre de 2013


La realidad desnudó al relato


A Ernesto Kritz, un gran economista argentino y mejor amigo aún, 
aunque no muchos se enteraron de su fallecimiento, 
ocupados como estaban los medios en estos días cubriendo 
cada detalle obsceno de la muerte del intrascendente Ricardo Fort. 
Así estamos, así nos va. 
  

Hola amigos y no tan amigos. Vuelvo, luego de casi dos años de ausencia deliberada, a escribir estas cartas desde el ciberespacio. Lo haré, como siempre, cuando tenga algo que decir. 

Dejé estas cartas hacia fines de 2011, luego de escribirlas de manera ininterrumpida desde el año 2004, casi todos los jueves, analizando la marcha de la economía global y la particular situación de la Argentina de la supuesta "década ganada" y el viento de cola que nos prestaba una situación internacional muy favorable, por los altos precios de los commodities agropecuarios y por la reinante híper liquidez global. 

Lo hice siempre con la excitante ayuda, desde Niúiork Niúiork, de mi "más que amiga" Patricia Paltrow, una mujer que, además de saber bastante más que yo de la economía global, sedujo siempre a todos mis lectores con sus ojos color Caribe, sus camisas blancas un poco desabrochadas, sus shorts de jeans demasiado agujereados comprados en el lugar más caro de la Quinta Avenida, sus comentarios certeros sobre el Don Jones desde la Calle de la Pared (Wall Street, claro), su belleza hollywoodense, su lenguaje desenfadado en un spanglish algo trabado y esa chispa que atrajo a no pocos lectores de estas cartas que se enamoraron perdidamente de ella, sin éxito, claro. La razón es simple: a Paltrow no le interesó ninguno, y ya se sabe, nada atrae más a la mayoría de los seres humanos que desear lo improbable, lo que nunca será de uno. 


Debo agregar que en estos años de conocernos, en medio de la frivolidad global en que vivimos y el grouchomarxismo de una sociedad con fines pero sin principios, Paltrow y yo aprendimos la sencilla diferencia entre sexo y amor, y nos dedicamos desde entonces, cuando hacemos una Date en cualquier lugar del mundo, a "dormir cucharita". Digan lo que digan, no todos ni todas tienen su precio. Nuestra palabra preferida se llama dignidad, un concepto tan en desuso en estos días más livianos que el aire. 

Pero basta de explicaciones. La situación es grave. Muchos se preguntan aún, inocentes o negadores, si habrá otra crisis terminal como la del año 2001, sin percibir que ya estamos en medio de una crisis económica y social tan profunda como la de entonces, aunque con una diferencia que no es menor: los argentinos estamos anestesiados, anómicos, dormidos y sin querer despertarnos de esta pesadilla disfrazada de sueño, asustados, agotados, embrutecidos, frívolos, otra vez en el sálvese quien pueda. 
No es casual: la crisis del 2001 provocó, también, una implosión social que afectó profundamente los valores y los principios de muchos argentinos -no todos- que, hoy por hoy se dedican, al "nomeimportismo", un comportamiento que muchos han aprendido a partir del ejemplo, o la falta de él, de nuestros dirigentes. Todos nos parecemos un poco y hemos bajado los brazos, porqué negarlo. 
Quienes saquean hoy mismo los supermercados en diferentes puntos del país, de manera ampliada a lo ocurrido en el 2001, no son muy diferentes a quienes en el poder se han "quedado" con la máquina de hacer moneda y la utilizan indiscriminadamente y fuera de toda lógica económica, para emitir billetes en exceso y financiar un boom de consumo insostenible. Sobra demanda, pero no hay oferta, lo que lleva a una inflación creciente, para peor. 
Puede decirse que, en este caso, los de arriba y los de abajo no son muy diferentes, o como decía André Malraux, "los pueblos tienen los gobiernos que se les parecen". 
Si pensamos que en estos días se cumplen 30 años de democracia, los argentinos deberíamos realizar una profunda reflexión sobre cómo somos, los de arriba y los de abajo, ya que nos seguimos pareciendo demasiado, lamentablemente. Y mientras, celebramos la democracia creyendo que sencillamente consiste en votar cada dos años, esperando que alguien nos resuelva los problemas con el menor esfuerzo posible.  Eso es, justamente, el populismo. 

Pero en esta primera carta de reencuentro con tantos amigos y no tan amigos que me pidieron que volviera El Hombre Electrónico, con todo, no hablaré mucho de economía, para qué, si casi todo lo que ocurre, lamentablemente, se veía venir ya desde el año 2004 y fue mencionado desde entonces en las sucesivas cartas que escribí y publiqué en esta maravilla que es Internet. 
Hoy, la realidad está a la vista, desnuda, para todos, y el famoso relato ya no puede esconderse detrás de ningún discurso... 
Está a la vista la crisis energética generada por tarifas subsidiadas que llevaron a la desinversión interna y a explicar parte de una crisis de sector externo innecesaria. Está a la vista el auge del populismo, tan diferente a lo que suele ser realmente popular. También un centralismo disfrazado de federalismo en los discursos, mientras las provincias reciben menos de la enorme masa de recursos coparticipables, utilizados además como instrumentos de presión. 
Hay más: una política monetaria y fiscal ferozmente expansivas, que sin duda llevaron a un costoso y riesgoso retorno de la alta inflación en cuyas causas coinciden tanto los economistas ortodoxos como los heterodoxos. Y tampoco puede ocultarse ya la destrucción del Indec y de las estadísticas públicas (sin termómetro no podemos saber la situación del enfermo...)... Ni un Estado que creció como nunca (en influencia, en presión fiscal, en empleo improductivo, en su injerencia sobre la vida de la gente), bajo la argumentación de que era necesario que fuera grande y fuerte para enfrentar a los famosos "intereses sectoriales", las "corporaciones malditas", los llamados "grupos económicos" y otros conceptos con más ideología que ideas.  La paradoja es que el actual Estado gastador se demuestra ausente e impotente para proteger, ayudar, transportar, curar, proteger, educar, limitar, contener, juzgar y conducir a los argentinos. En estos días está demasiado claro para quienes no quieren engañarse y se atreven, sencillamente y con honestidad, a mirar la realidd. 
Así, llegamos al corazón del llamado "modelo" del vamos por más y la profundización de a profundización permanente, más allá de los resultados: un sistema de incentivos invertidos, que hoy premia a los más mediocres, a los menos creativos y quienes menos se esfuerzan, y castiga duramente a quienes son creativos, piensan diferente, se esfuerzan y quieren crecer con el fruto de su trabajo, y no con el regalo de un Estado que ha sido "tomado" por un gobierno para utilizarlo según sus necesidades. 
De la Justicia, ni hablar, entre la corrupción, el narcotráfico y la inseguridad que recorren a la Argentina de punta a punta. 
Dicho crudamente, ganaron los perdedores. 

Amigos, debo decirles que yo también me he equivocado en estos años. Subestimé lo que ocurría. Vi la tendencia, observé hacia donde se dirigía el país y lo describí, pero a destiempo, pronosticando crisis que demoraron en desencadenarse mientras se acumulaban distorsiones mayores, todo ello gracias a una economía que seguía creciendo con fuerza debido a un escenario internacional muy favorable, más que a los méritos propios del "modelo", mientras la inflación y otros tantos desequilibrios se acumulaban. Claro, se los escondía debajo de la alfombra o se negaban. Sin duda me equivoqué con los tiempos. Creí que la situación económica se deterioraría más rápido y que los argentinos no tolerarían ni la inflación creciente ni las estadísticas públicas groseramente falsas del Indec ni la inseguridad ni la corrupción ni los otros efectos no deseados. 

A veces creo que el temor a otra crisis como la del 2001 fue una "vacuna" que ayudó a seguir adelante con esta política de los baches y el cortoplacismo, ignorándose una y otra vez los peligros que ya se veían venir. Y me parece que muchos argentinos, que sufrieron las grandes crisis anteriores, preferían callar y aprovechar frívolamente una coyuntura sin duda favorable "importada" de un mundo diferente, configurado por la aparición de países emergentes exitosos (China, India y otros) que llevaron a los commodities agropecuarios a encarecerse (no sabemos si transitoria o definitivamente) en un contexto de híperliquidez internacional. 

En ese contexto global tan positivo que representó una nueva oportunidad para la Argentina, muchos prefirieron ignorar que los desequilibrios que se acumulan, tarde o temprano, siempre se presentan y nos pasan la factura, anunciando el fin de la fiesta. La buena situación internacional desatada a partir de 2002 funcionó, ahora lo sabemos, ocultando los problemas domésticos que empezaban a acumularse en la Argentina. 

Y ahora una metáfora sobre lo que nos está ocurriendo, surgida de una antigua película muy famosa, en apariencia un simple divertimento de las viejas películas del Oeste, pero que revela inesperadamente mucho de lo que está ocurriendo hoy en la Argentina, que no es muy diferente a momentos o situaciones vividos en otros países, en otras sociedades que eligen ignorar o esconder frívolamente la realidad... La película es un clásico de 1952 llamado "A la hora señalada" (High Noon), con Gary Cooper y Grace Kelly. 



Se trata de un pueblito que se parece demasiado a la Argentina modelo 2013, adonde todos miran para otro lado y esperan un líder mesiánico que los salve. No les digo nada más, no soy de subestimar la inteligencia de la gente ni su capacidad de pensar. Sólo les pido que piensen que algo debemos estar haciendo mal nosotros, los ciudadanos, que nos decimos democráticos pero que muchas veces, por conveniencia, miramos para otro lado, nos callamos la boca y nos ensimismamos en jugar con nuestros celulares inteligentes, o nos dedicamos a mirar fútbol en la Pantalla LCD gigante que pagamos en 18 cuotas, o nos escapamos un fin de semana largo para disfrutar ese auto nuevo que ni sabemos adonde estacionar en estas ciudades de locos. Total, hacemos lo que mejor sabemos hacer como argentinos: sostener que el mundo está equivocado, echarle la culpa a lo demás (cero autocrítica) y andar por la vida haciéndonos los progresistas, mientras miramos para otro lado. 

Como lo señala recurrentemente a quienes quieran escucharlo el periodista Willy Kohan en sus programas de radio: "somos nosotros. No le echemos la culpa a nadie. Somos nosotros". 
Y agrego: son los de arriba, pero también los de abajo, los de un lado y los del otro, los que no escuchamos a los otros y creemos ser los dueños de la verdad y quienes nos callamos para evitar problemas, sin darnos cuenta que por ese camino tendremos por delante más problemas, no menos.

A treinta años del retorno de una democracia de los que tantos se llenan la boca emocionados, mientras las calles de la Argentina muestran día de furia y nadie se hace responsable de esta barbarie, sería bueno que nos fuéramos al baño para mirarnos en el espejo, en los ojos. 
Allí podríamos preguntarnos, silenciosamente, qué estamos haciendo, cada uno de nosotros, para crecer y evitar que nuestro querido país siga enfrentado, sufriendo su enésima crisis terminal de la que, por supuesto, siempre encontraremos un culpable para tranquilizarnos. 
Es ese camino de seguir mirando para otro lado, lamentándonos por lo que hacen los demás, en vez de crecer de una vez, de dejar esta adolescencia apresurada, para que la historia no vuelva a repetirse cada diez años, más o menos menos, como en la vieja historia de Sísifo, que una y otra vez chocaba con la misma piedra y tenía que recomenzar su tarea. 

Saludos de Paltrow. Ya hablaremos con ella de economía internacional, de cine, de amor, de su mundo hollywoodense, de las cosas bellas de la vida, que también las hay y las merecemos vivir.

Esta vez, en esta primera carta, en honor a mi amigo Ernesto Kritz, necesitaba escribir sobre nosotros y lo que nos estamos haciendo, unos a otros, mientras el "nomeimportismo" tan temido avanza sobre la Argentina. 

Les dejo algunos diálogos de la película "A la hora señalada".



























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Un abrazo, y como siempre hasta la Victoria Secret...



Oia, y ahora qué hacemos?





El Hombre Electrónico
Políticamente incorrecto


   
  


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