Carta desde el ciberespacio número 207, del 2 de abril de 2009

EN TIEMPOS DE UNA DEMOCRACIA HERIDA La segunda muerte de Alfonsín
Los pueblos tienen los dirigentes que se les parecen André Malraux
Hola gente, amigos y no tan amigos. Hoy es dos de abril, una fecha que suele ser especial en la Argentina, vaya uno a saber porqué. Es un día que cada tanto nos plantea encrucijadas, dolor, dilemas difíciles y más preguntas que respuestas. “Sentí que otra vez era huérfana”, me dijo el martes a la noche la señora que trabaja en casa hace años, una tucumana buena, sencilla y humilde, llorando, cuando escuchó en la radio que se había muerto Raúl Alfonsín. Me dejó pensando, sin entender todavía, qué estaba pasando de nuevo e inesperado. Yo mismo me emocioné y lloré un poco, y me quedé triste desde aquel momento. Debo decir que nunca conocí personalmente al Presidente Alfonsín, pese a haber trabajado para su gobierno como mucha de la gente de mi generación, que se enamoró de él, de su discurso democrático y respetuoso, de su dignidad, de su sencillez, de cierto cabezadurismo que no por ello se olvidó de palabras como tolerancia y pluralismo, todo lo que extrañamos en estos días de furia y crispación generada por el matrimonio presidencial de Néstor y Cristina Kirchner, crispación que no sólo afecta a quienes no pensamos como ellos sino a quienes sí piensan como ellos y se conducen como si fueran los dueños de la Argentina. Entonces me di cuenta qué estaba pasando, a mí y a mucha gente: la democracia que comenzó a construir Raúl Alfonsín en 1983 está herida, otra vez herida, y los argentinos están cansados, otra vez, del maltrato, y éste es el trasfondo que puede explicar todo lo que se desencadenó a partir de las 20:30 del martes, cuando nos enteramos que el hombre finalmente había muerto. No nos engañemos: Raúl Alfonsín era un ser humano que también se equivocó y mucho, que dejó al país en medio de la hiperinflación de 1989, que tuvo una participación controversial en el gravísimo Pacto de Olivos; que “no supo, no quiso o no pudo” defender al gobierno de la Alianza en una caída que llevó a la Argentina hacia un nuevo desastre que culminó en la crisis de 2002. Con todo, los argentinos parecen haber elegido en estos días (y con alguna sabiduría) recordar al mejor Alfonsín, a aquel hombre que sacó lo mejor de nosotros y que muchos, en estos días, han calificado como el “padre de la democracia” porque encabezó la dura transición iniciada hacia fines de 1983 para recuperar a la República. Parece una buena elección. El mensaje de muchísimos argentinos, miles, quizá millones, que en este mismo día están acompañando de una u otra forma a Alfonsín hasta el cementerio, de repente, no es otro que el que encarnó siempre el ex Presidente: más democracia, no menos; más República, no menos, más instituciones, no menos, lo que no debería de pasar desapercibido por nadie a menos de tres meses de las próximas elecciones legislativas que vienen con pronóstico reservado, debido a la decisión del kirchnerismo de forzar un adelantamiento de los comicios aduciendo ridículas razones relacionadas con la crisis financiera internacional. Hasta el martes, el debate mediático de la semana era la aparición de la epidemia de dengue (escondida vergonzosa e irresponsablemente por las máximas autoridades de la provincia del Chaco, otro matrimonio con aires imperiales), mientras la gente trataba de entender el nuevo cuento chino (el swap por 10.000 millones de dólares) diseñado para amortiguar la persistente salida de capitales y el cambio de portafolio que, sin prisa pero sin pausa, los argentinos (con demasiada experiencia en este tema), están adoptando para resguardarse de lo que vendrá. El debate también era Maradona, un futbolista genial devenido (sin títulos, sin formación) en director técnico de la selección, como si para este cargo con ser Maradona alcanzara para cualquier cosa. La agenda se conformaba, por lo demás, con la reunión del G20 en Londres, en donde Cristina de Kirchner esperaba proponer una pomposamente llamada nueva arquitectura para los organismos internacionales y un rediseño del FMI, con más votos y fondos para los países emergentes, mientras de paso reclamaba por las Islas Malvinas, lo que siempre es un detalle que no debe pasar por alto cualquier Presidente sensible y políticamente correcto. Pero Raúl Alfonsín, cabezadura como siempre, se tuvo que morir sin avisar, cambiando la agenda oficial, incluso habilitando al Vicepresidente Cobos a aparecer en escena en un elevado y merecido perfil, lo que posiblemente haya generado más de un ataque al hígado y el aumento de consumo de Buscapina en los aledaños de Olivos, y posiblemente en Piccadilly Circus también. Hay una pregunta que no debemos dejar de hacernos en un día como el de hoy, un dos de abril, y de respondernos con honestidad, mirándonos en el espejo. La pregunta es compleja y de difícil respuesta, me la he hecho muchas veces desde 1982 en delante. ¿Qué hubiera pasado si Leopoldo Galtieri hubiera logrado, luego de la recuperación de las Islas Malvinas, una relativa victoria en la negociación con Gran Bretaña y se hubiera llegado a una salida negociada que implicara hacia el futuro algún tipo de solución digna al diferendo de Malvinas? ¿Hubiera habido elecciones en 1983? ¿Los militares se hubieran quedado en el poder por mucho tiempo más en la Argentina? ¿Se hubiera producido el desastre que llevó a la caída de aquella Junta Militar y a la elección de una nueva Junta que no tuvo otro remedio que convocar un rápido retorno a la democracia? Lo que quiero preguntar es una cuestión políticamente incorrecta: ¿los argentinos somos tan democráticos como creemos serlo? ¿Los argentinos recuperamos la democracia en 1983, o es que los militares perdieron el poder por la suma de sus propias ineficacias? Se trata de una respuesta para la que no tengo respuesta, y menos en un día como el de hoy, en que todos nos sentimos profundamente sensibilizados por la muerte de Alfonsín y por las otras cosas que están ocurriendo en nuestro país. Aquí, cada uno debe encontrar su propia respuesta, ya que la pregunta es demasiado grande. Si la respondemos acertadamente, creceremos como personas y como sociedad. Hay una historia que no puedo pasar por alto. Ocurrió el 18 de junio de 1999, cuando Alfonsín tuvo un grave accidente en la provincia de Río Negro y estuvo a punto de morir. Yo estaba en la redacción de El Cronista aquella noche y las noticias que nos llegaban eran las peores, por lo que decidimos hacer la contratapa del diario suponiendo lo peor, tarea dolorosa que me realizar a mí. Realmente no sabíamos qué sucedería, pero en los diarios siempre hay que estar preparados para lo peor. Aquella noche me quedé hasta tarde en el diario escribiendo aquella dolorosa contratapa haciendo una semblanza de Raúl Alfonsín, incluso amigándome con él, aunque con el pasar de las horas el peligro fue cediendo y el ex Presidente, cabezadura y con un feroz instinto de vida, le ganó a la muerte, se recuperó y vivió unos 10 años más. Aquella “contratapa por las dudas” no tuvo que ser publicada, afortunadamente, y su destino fue curioso: meses después le llevé la “fotografía” de la misma a mi amigo Jesús Rodríguez, para que se la entregara al mismo Alfonsín como un recuerdo de aquella primera muerte a la que él no se presentó. Si alguna vez llegó a leerla o no, nunca lo supe, pero estoy tranquilo, posiblemente hoy escribiría algo muy parecido a lo dicho en aquella noche de desvelos. Pero esta vez, Raúl Alfonsín sí se presentó a su cita con la historia, y posiblemente en un momento en que quizá, sin saberlo, le esté haciendo un nuevo servicio, el último, a su país y a sus convicciones democráticas y republicanas, despertando y encendiendo nuevamente en la gente, en los argentinos, aquel espíritu respetuoso, manso, no de confrontación sino de construcción, no de crispación sin de serenidad y paz, que el país está necesitando como el agua en el desierto. Mi respuesta ante todos estos interrogantes es que los argentinos somos seres humanos, como el mismo Raúl Alfonsín lo fue, y aunque algunos son más humanos que otros, y aunque no somos perfectos, aunque solemos equivocarnos a veces y acertar otras veces, lo cierto es que hoy, por alguna razón, enfrentamos una nueva encrucijada en que Raúl Alfonsín está otra vez sacando lo mejor de nosotros incluso después de muerto, desencadenando hechos que no esperábamos en nosotros mismos hasta el martes pasado, anhelando como nunca vivir en un ambiente de respeto a las instituciones, los valores y los principios de la República, con más tolerancia, en democracia y con una deseada libertad de pensamiento que en los últimos años ha sido opacada por dirigentes grises que se llenan la boca usando estas palabras, mientras apuntan exactamente en la dirección contraria. No debe ser casual que mientras escribo esta carta, a las 16 horas, en la Recoleta decenas de miles de argentinos pugnan por acompañar a Raúl Alfonsín hasta su última morada, y no se han quedado afuera del cementerio, como suelen hacerlo no pocos políticos cuando acompañan a sus líderes hasta la tumba, aunque se quedan en la puerta, sin entrar. En cambio, en este mismo momento hay miles de argentinos que desean entrar al cementerio para despedirse, acompañar a su ex presidente hasta el final y despedirlo con un emotivo aplauso. No, seguramente no es casual. Y este es el último servicio que Raúl Alfonsín vino a brindarle a su país, con su muerte, como si en 1999 el destino hubiera decidido que aún no era la hora de su partida y él hubiera esperado hasta ahora, como sabiendo que los argentinos volverían a necesitarlo para que él les recordara el preámbulo de la Constitución, que no todos los argentinos leyeron, ni suelen respetar, aunque se disfracen de democráticos, buenos y respetuosos. Un abrazo. El Hombre Electrónico (políticamente incorrecto)